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Noche de soledad mejorado parte 2 (I)
#1
Lo prometido es deuda. Hoy, viernes 22 de septiembre del 2011 es el día señalado como "La segunda noche". En este episodio se verá la primera muerte y un mensaje... "Por más que perdieses la memoria no puedes olvidar a todos, especialmente a mí"
Acá está.


Capítulo II: La primera muerte.

Era la mañana del tres de febrero del año dos mil once. Ariel Castro había tenido un sueño horrible. No lo recordaba. Pero era seguro que este no le gustaba. Era raro que él soñara algo feo –Probablemente muertes o accidentes- nunca se cumplían.
Aún no había sonado el despertador. Igualmente se levantó y fue a ver a sus hijos. Dormían como ángeles. Cuando volvía a la cama para despertar a su esposa, algo cayó de su lado de la cama. Lo levantó y lo miró.
-¿Qué hace esto acá?
Era una foto de todos los alumnos del colegio. Allí estaban, todos ellos, Damián, Roberto, Andrea e inclusive Pamela, la suertuda que se había ganado la lotería.
-Amor, ey, despertate… -La mujer abrió los ojos-… ¿Qué hacía esto debajo de la almohada?
-¿Ah? Eso… -Bostezó-… estaba en el suelo anoche, así que supuse que era tuyo.
-Sí, es mío, es una etapa de mi vida que quiero olvidar. ¿De donde habrá salido?
-¿Querés que la queme?
-No, dejala, a veces me viene bien recordar quien soy…
Hacia casi tres años, después de tener a su primer hijo, él tuvo un accidente mientras andaba en su moto. La moto quedó irreconocible. El camión que lo chocó la partió al medio y él salió despedido casi diez metros. Su cabeza fue a dar contra el cordón de la vereda del lado contrario de la calle. No se murió de casualidad. Pero pagó caro su inconciencia. Cuando despertó en el hospital y vio a su esposa, no la reconoció. Había sufrido de amnesia. En estos dos años y medio ha tratado de reconstruir su vida. Al principio, después del accidente, no reconocía a nadie. Lentamente, y con apoyo psicológico, fue recuperando su memoria. Pero aquella foto… recordaba a todos sus compañeros, exceptuando a uno. Este era gordito y cachetón.
Igualmente no era algo que le preocupara demasiado. Su memoria aún no había vuelto del todo.
Él trabajaba en una empresa que hacía papas fritas, chizitos e inclusive maní de copetín. Según su esposa, él trabajaba ahí cuando se conocieron.
Se fue al trabajo mientras su esposa llevaba al niño, dormido, al jardín maternal y ella también se fue a trabajar.

Eran ahora las dos y media de la tarde. Ariel había pasado a buscar a su hijo al jardín maternal y lo llevaba a la casa de un hermano de su esposa. Llevaba en una bolsa Alcohol etílico, de ese que se usa en sanaciones y cirugías, y cigarrillos. Desde aquel incidente con la moto, había agarrado la costumbre de fumar cigarrillos rubios. En aquel momento venía fumando. De repente, sintió que su coche se aceleraba, quiso frenar apretando el pedal con todas sus fuerzas pero este no respondía. ¡El coche no le respondía! Quiso saltar del auto en marcha pero las puertas se trabaron solas.
-¡¿Qué demonios está pasando?!
-¡¡¡Papá!!! –Gritaba el niño asustado- ¡¡¡Papá!!!
En ese momento sintió un escalofrío, había alguien allí en ese auto que no correspondía. Una especie de sombra. El cuerpo era como la bruma más espesa que nadie jamás haya visto. No tenía rostro. Ariel, aún gritando de miedo, sintió el terror en su piel.
-¡¿Quién eres?!
La sombra no habló, solo tomó el alcohol y lo rocío por todo el coche.
-¿Qué haces?
-¡Hago lo que se me ha ordenado! ¡Tú y tú hijo morirán aquí!
Sin previo aviso, el cigarrillo en la mano de Ariel voló de su mano y cayó al piso donde había alcohol, como en el resto del coche y en sus ocupantes. Pronto, el fuego se apoderó del auto y perdió el control del mismo.

Eran las dos y media de la tarde. Américo y Mauricio estaban degustando una pizza en el bar donde habían quedado por teléfono. Estaban sentados junto a la vidriera, en la vereda. Podrían haberla degustado en el local de Mauricio, pero sus chicos estaban ocupados atendiendo a la gente que llegaba. Así fue que, en vez del café caliente, recordemos que hacía calor. Decidieron comer algo.
-Contáme Amé, ¿Cómo es que ahora sos el “Doctor” Díaz?
-Estudiando mucho…
Ambos rieron ante el comentario.
-No, que sé yo… si uno se esfuerza puede obtener lo que sea en este mundo –Dijo el doctor tomando una porción de pizza- ¿Y vos como hiciste para obtener ese imperio? –Acotó señalando la pizzería de la cual Ghomikian era dueño.
-Es una historia larga… Después de graduarme en la primaria mi voz cambio, ya no me trababa y no arrastraba la R. Allí tuve muchos compañeros que en lugar de “gastarme” me ayudaron, especialmente uno, él se llama “Enrique Martín Alvarenga”
Américo sintió una ola de pánico con solo escuchar su nombre. Y en ese momento el teléfono de Ghomikian sonó. Él lo sacó y atendió.
-Hola Enrique… ¿Me escuchás?
-Sí, con algo de interferencia…
-Salí de ese bar ahora mismo.
Mauricio miró para todos lados y vio para su asombro que un coche en llamas se dirigía donde ellos.
-¡Por Dios! ¡Corré Américo!
Américo, entre la sorpresa y el asombro, decidió que era mejor hacerle caso.
El coche en llamas entró en el negocio con mesas y bancos incluidos. Un cliente que en ese momento tomaba un café adentro del local fue atropellado sin piedad por el vehículo.
Américo fue en busca del extintor de llamas y lo accionó. Sin embargo, las flamas eran muy fuertes.
-¡Salí de ahí Américo! –Le gritaba Mauricio una y otra vez- ¡Esto va a explotar!
-¡Hay un chico quemándose en el interior! –Mauricio lo tomó del hombro y lo alejó justo a tiempo, el fuego llegó al tanque de combustible volando el auto en mil pedazos.
Américo comenzó a llorar, y Mauricio lo contuvo.
-No podemos hacer nada… -Ghomikian simulaba estar triste, pero sabía que en ese coche estaba uno de sus ex compañeros de primaria. No sabía como era que Enrique lo hacía, pero lo lograba- todo pasa por alguna razón.





Raziel Saehara
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#2
(II)

Pamela se acomodó en su nueva casa. Era lujosa, eso seguro. Además, el country que eligió parecía de una seguridad impecable. Sacando eso, todo lo demás estaba bien. Solo había una cosa que le preocupaba, y esta era… su novio.
Beto “El tati” Lecouna era conocido en los lugares que se movía. Era medio “dealer” medio “chorro”. Vivía junto a sus hermanas, que no se parecían en nada a él, en un asentamiento de gente humilde. Cayó preso varias veces. La policía lo paraba cada vez que se lo cruzaba solo por “Portación de rostro”. Habitualmente Tati no disparaba con su arma a la policía. Pero ese día era diferente.
Llovía torrencialmente cuando entró encapuchado a un supermercado chino con sus amigos. Ellos eran tres. Allí cometieron el atraco. Robaron y golpearon a la gente que se encontraba comprando en el supermercado.
-Ey, vos gil –Se dirigió uno de sus compañeros al hombre de seguridad que custodiaba sin armas el local, era más para que nadie se robara mercadería que para un atraco de estas magnitudes- Dame el arma.
-No tengo arma –Dijo él y mostró su cintura como diciendo “Acá no tengo nada”.
El ladrón lo golpeó en la nuca y lo desmayó.
-Ey Gato, te dije sin violencia –Lo corrigió Tati- atacás a alguien más y te juro por mi dios que te vacío el cargador.¿Entendiste?
-¿Tan poderoso te vas a creer?
-¿Querés probarme? –Lo desafío Tati.
Un cajero, que en el momento del robo estaba en el deposito, accionó la alarma silenciosa. Dos minutos después la policía se hizo presente.
Con un altavoz, un uniformado, apremio a los ladrones.
-Sabemos que sos vos Tati, salí con las manos en alto…
Dentro, los ladrones no sabían que hacer, seguramente habría policías por todos lados. Pensó en ese momento en su novia, en Pamela…
-Me voy a entregar…-Dijo Tati casi en un susurro-…No quiero más esto…
-¿De que hablás gil?
Tati se dirigió a la puerta de vidrio y la abrió.
-Si te vas por esa puerta estás muerto para nosotros.
-Que así sea, ustedes están muertos para mí…
Tati salió a la calle con las manos en alto. Hizo la mitad del camino cuando un policía lo tiró al suelo.
-Estás arrestado, tenés derecho a guardar silencio, todo lo que digas puede ser usado en tú contra…
-Ya sé, conozco mis derechos…
La lluvia no había arreciado ni un poquito, mojaba a ambos.
Un fogonazo se escuchó dentro del local. Luego otro y otro y uno más.
-¡Entren! ¡Entren! ¡Entren! –Gritaba el oficial al mando mientras otro subía al esposado al coche. Ya no se escuchaban fogonazos. Ni uno, sus amigos habían muerto.
Una lágrima silenciosa cayó al coche pero su ruido se camufló con la lluvia.

Pamela se sintió mal. Su novio estaba tras las rejas. Según le había dicho la policía se había entregado sin resistirse. Las dos personas que estaban tomadas de rehén pelearon con los otros dos que quedaban dentro del local, las armas se dispararon y ambos ladrones murieron. ¿Qué loco no? Pensar que esas personas mueren y… ¿Van al cielo? ¿Al infierno? ¡Nah! Ella no creía en esas pavadas. La muerte era definitiva. Todo terminaba allí sin importar que religión profese uno. Además, ¿Quién juzga lo que es bueno y lo que es malo? “Mamá, mate un insecto” ¿Al infierno? Además, si fuera así, ¿Dónde van las almas de los insectos, de los animales y de las plantas? Ellos también tienen alma. Estaba pensando en estas cosas cuando alguien tocó a su puerta. Observó por la mirilla. Era un hombre de unos veinticinco años de edad. Abrió la puerta.
-Buenas tardes –Saludó ella.
-Buenas tardes, mi nombre es Miguel Osuna, vivó en la casa de enfrente. Le he traído un obsequio de bienvenida.
-¡Oh! Es usted muy amable.
-Por favor, tutéeme.
-Usted… digo, vos también.
-Gracias.
Pamela no sabía que hacer. Tenía a un extraño en su casa. ¿Y si era un ladrón? ¡Nah! Ya la hubiese asaltado.
-¿Querés tomar alo frío?
-Si, te agradecería.
Pamela fue en busca de algo frío para servirle a su interlocutor. Volvió al cabo de un momento con dos vasos de jugo de naranja helados.
-Tomá asiento…
-Gracias.
Ambos se sentaron en el mullido sillón.
-¿A que te dedicas? –Preguntó ella como para romper el hielo.
-Cazador de tesoros.
-¿Y eso?
-Pues, viajo por el mundo buscando tesoros perdidos… El mes pasado estuve en unas excavaciones arqueológicas en Jerusalén. –Tomó un trago de la bebida fresca- Tendría que ver la cantidad de veces que hemos encontrado la tumba de Cristo…
Ambos rieron.
-Pero, ¿Para que buscarla? ¿No alcanza con lo que dice la biblia?
-No, en la biblia no se habla de los tesoros… ni siquiera de los malos…
-¿A que te refieres? –Pregunto Pamela interesada- ¿Han encontrado algo?
-Hemos encontrado algo, “El tesoro de Ketael” –Dijo Miguel poniendo voz misteriosa y cautivante- Es una especie de manuscrito… el único en su clase… Está escrito en el idioma de los ángeles.
-¿En el idioma de los ángeles? –Pregunto Pamela cada vez más interesada.
-O eso creemos, ya que la única palabra escrita en hebreo que pudimos traducir fue “Ketael”, el resto del documento está ilegible.
-¿Ketael?
-“Dios oscuro” significa, tal vez sea otro nombre dado al diablo. Lo sabremos cuando hayan restaurado y traducido aquel documento aunque sea al inglés –Miguel miró la hora- ¡Oh! Ya son las siete de la tarde, bien, debo irme –Se puso en pie- Gracias por la bebida.
-De nada.
-Esta semana voy a estar de viaje por la India, así que por lógica no voy a poder venir a visitarte.
-Bueno, gracias por el regalo…
Pamela cerró la puerta. Le hubiera gustado un tesoro de regalo. Pero bueno… Tomó el regalo que le trajo Miguel y lo abrió. Era lo más maravilloso que le habían regalado en mucho tiempo. No sabía muy bien lo que era o para que servía, pero era bonita. Era una especie de bolita cristalina que, según como le diera la luz, cambiaba de color. Rosa, amarilla o anaranjado. Lo dejó arriba del modular y salió al patio. Allí se quedó pensando. ¿Qué había hecho de su vida? Ahora que era millonaria, ¿Qué la hacia diferente a otros ricos? Cuando era apenas una niña pensaba que los ricos eran la basura más grande del mundo. No ayudaban a nadie ni hacían nada por la humanidad. ¿Qué era lo que estaba pasando en su mente? Se sentó en la reposera a tomar algo fresco mientras disfrutaba de su nueva casa. Y allí se quedó pensando… Solo pensando.



Eran las siete de la tarde de aquel día caluroso, el doctor Díaz y Ghomikian se encontraban en la morgue del hospital. Allí, junto al doctor “Jekyll”, así llamado por sus compañeros –aunque no sabía bien por que, probablemente algo relacionado en la forma en que hacia las autopsias- realizaban la investigación a los dos cadáveres.
-¿Dicen que este joven fue uno de sus compañeros en la primaria? –Inquirió el doctor Jekyll- ¡Como es el destino! Sabio y caprichoso. Apágueme las luces doctor Díaz.
Díaz así lo hizo.
-¿Qué es eso? –Inquirió Díaz al ver un resplandor sobre el cadáver de ambos. Ariel brillaba con una luz única al igual que el niño.
-Parece algún tipo de residuo, tal vez Nafta o Alcohol –Contestó el doctor Jekyll- Vamos a ver el otro cadáver.
-¿El otro? –Inquirió Ghomikian- ¿Acaso hay otro además de estos dos?
El peritaje siguió en el otro cadáver, el señor que estaba tomando un café cuando fue atropellado por el coche en llamas.
-El cadáver de este hombre solo presenta un aplastamiento de cráneo y algunas costillas rotas ya que quedó atrapado entre el coche y la pared del bar. No hay residuos –Dijo el perito- eso indica que el accidente no fue accidental.
-¿Qué quiere decir con “no accidental”? ¿Acaso alguien lo hizo a propósito? –Inquirió el doctor Díaz- Eso es imposible, el coche estaba cerrado con traba electrónica, los peritos de la policía científica y los bomberos mismos lo aseguraron.
-Yo te digo lo que veo, y por lo que veo, esto se trata de un asesinato –dijo el forense- ahora déjenme hacer mi trabajo.
Jekyll hizo que los dos jóvenes salieran al vestíbulo.
-¿Quién querría matarlo? –Inquirió Américo.
-No lo sé, pero debemos estar atentos, ¿leíste las noticias hoy?
-¿Te referís a la desaparición de Carla? Sí lo leí… Pero aún no se sabe si está muerta –Indicó Díaz- ¿Vos decís que alguien quiere matarnos?
-No lo sé, pero si alguien se mete conmigo va a tener mala suerte. Mucha mala suerte –Sonó el teléfono en el bolsillo de Ghomikian- Me disculpas
–Sacó el teléfono- ¿Hola?
-Hola, soy yo, Enrique.
-Ah, sí, ¿Qué paso?
-¿Cómo quedó?
-Bien, bien, la pintura está perfecta.
-Ya veo, no puedes hablar. Bien, estoy en tu casa, junto a tu hijo… Estela me dejó pasar, antes que digas nada.
-De acuerdo, voy para allá –Cortó el teléfono y vio que Américo se había puesto detrás suyo- Me tengo que ir Américo. Paso en otro momento, cuídate.
-Está bien, anda tranquilo –Américo se fue a revisar al paciente, al entrar sacó su propio celular- Hola, habla Américo, pásame al jefe… -Espero unos segundos y el jefe se puso al teléfono- Hola Lalo, escúchame, quiero que investigues a Mauricio Ghomikian, sí mi ex compañero… Avísame ante cualquier novedad.
El doctor Jekyll, que había ido por un café, se le acercó por la espalda.
-Doctor Díaz, ¿Por qué no le dijo a su amigo que usted es parte de la policía científica?
-Tengo un mal presentimiento y espero estar equivocado.





Raziel Saehara
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#3
(III)
Eran ya las ocho de la noche, la lluvia había comenzado a caer sobre la ciudad. Primero suave y luego fuerte. Mauricio se preguntaba a que habría ido Enrique a su casa.
Enrique tenía la misma edad que él, 25 años. Hacía algún tiempo habían cursado juntos la secundaria. Pero hubo un tiempo, uno largo, en el que dejaron de verse. Sabía que Enrique vivía en una casona vieja en la localidad de Floresta. No tenía hermanos y sus padres habían muerto hacia algún tiempo. No sabía de donde había sacado su poder, pero estaba claro que lo poseía.
Enrique poseía un poder único. Podía hacer que las sombras hicieran lo que él quisiera. Especialmente matar. Aparentemente este poder hace que no le sea necesario comer ni beber, aunque eso no le impedía hacerlo. Además, había otro problema, sus ojos. Estos eran de un color rojo intenso. Todo su ojo parecía inyectado en sangre, sin embargo a él no parecía afectarle en nada. Nunca le explicó como había obtenido esa habilidad, pero de algo estaba seguro, iba a cumplir el contrato costase lo que costase.
El muchacho de seguridad del Country levantó la barrera y lo dejó entrar. La lluvia desgarraba los cielos y los truenos caían en distintos puntos de la ciudad. Se veía desde lejos que la lluvia iba a prevalecer. Además, había oído que la lluvia iba a durar solo cinco días, justo lo que él necesitaba.
La lluvia era materia de preocupación en su trabajo. El repartidor de la pizzería, al cual desconocía ya que este llegaba siempre que él se iba, tendría grandes problemas para llevar la comida a domicilio.
Todo esto de la lluvia no era de su gran preocupación. Lo único que molestaba a Mauricio era haber encontrado a Américo justo en este momento de su vida. No quería matarlo. Pero si él llegara a entrometerse en su vida… ¡Que Dios lo ayude!
Sacó sus llaves y toco el botón del garaje. La puerta se abrió hacia arriba dejando ver un lugar ordenado y limpio. Entró el coche y cerró el garaje. Bajó del auto, cerró la puerta y abrió la puerta que comunicaba con la casa.
Al llegar al living, que por cierto era de lujo, fue recibido por Estela. La sirvienta, de origen paraguayo, tenía alrededor de cuarenta y cinco años. Vestía el uniforme que le había sido entregado el día que entró a trabajar a esa familia. A pesar de su edad ella poseía muy buen físico. La casa de Ghomikian tenía gimnasio propio. Lo había comprado en el momento en el que se juntaba con su ex esposa, ya que él llegó a casarse. Pero ahora hacia un tiempo que no la veía.
-Señor –Saludo la sirvienta- ¿Cómo estuvo su día?
-Bien, aunque he tenido mejores –Decidió no relatar lo que había sucedido en el bar- ¿Mi hijo?
-Durmiendo señor –respondió ella- Lo espera en el living el señor Enrique.
-Gracias, ¿Qué preparaste para comer?
-Hoy estaba de oferta en la carnicería el asado, así que compre eso.
-¿Compraste chinchulines? Sabes que son mis preferidos.
-Sí, señor. Lo hice. ¿Quisiera pedirle permiso para irme a mi cuarto señor, no me siento muy bien –Pidió amablemente Estela- No se que me pasa.
-No te hagas problema, anda a descansar.
-Gracias.
La sirvienta abrió la puerta que comunicaba con la sala de estar y subió lenta pero pesadamente la escalera. Allí en un sillón lo esperaba Enrique. Él tenía el pelo corto, usaba una barba candado y su pelo azabache y revuelto daba una sensación de desprolijidad. También llevaba unos anteojos negros, como si el sol estuviera dentro de la casa. Nunca se los sacaba, ni siquiera si un profesor, durante su tiempo de secundaria, se lo pedía.
-¿Cómo estás Mauricio? –Saludo Él extendiendo su mano, la cual fue tomada por su amigo- Tu hijo me contaba que tenés un cumpleaños mañana.
-Sí, es de el hijo de la madre de un compañerito suyo. Ella se llama Débora… ¡Tiene un lomo!
-¿Te estás enganchando? –Mauricio se sentó y se tomó su tiempo para contestar.
-No se si engancharme es la palabra correcta –dijo luego de unos segundos- pero supongo que no tiene nada de malo restituir mi vida sentimental, ¿No?
-Por supuesto que no –consintió Enrique- Pero no olvides que tenes una misión y un trato que mantener.
-Sí, yo acepte el trato, pero no entiendo de que puede servirte “Eso” a vos –Dijo Mauricio en un susurro- Igualmente, lo pactado es pactado.
Mauricio se puso en pie y se dirigió a la cocina. Enrique le marcaba el paso.
-Tengo hambre, por tu culpa no pude degustar esa pizza –Le echó la culpa Mauricio, y como toda respuesta Enrique se encogió de hombros- Esa pizza se veía deliciosa. Pero más deliciosa es la venganza.
-Mañana antes de ir al cumpleaños, andá a ésta dirección, fíjate que nadie te siga.
-¿Quién me podría seguir? –Preguntó asustado- ¿Acaso… sabes algo que no me queres contar?
-Nada en absoluto. Solo que las estrellas se están moviendo hacia el norte. El cielo se prepara para el gran final. Solo cinco días es lo que falta…
-Vos siempre tan misterioso, nunca te voy a entender.
-No hace falta que me entiendas –Las campanas de la Iglesia cercana hizo sonar sus campanas- Bueno, es hora, debo irme.
Y sin decir más se enrolló sobre si mismo y desapareció dejando una pequeña voluta de humo en el lugar que estaba antes.
Mauricio por fin se dedicó a cocinar, cosa que lo apasionaba. Pero… No era muy agradable comer solo. Ni modo, iba a hacer un sacrificio.

El doctor Díaz vio como el doctor Jekyll realizaba la autopsia. En los resultados finales, el doctor hizo la siguiente observación:

“El fallecido, de nombre Ariel Luciano Castro, de veinticinco años de edad, a sido evaluado y la resolución y causa de la muerte son las siguientes: a) la causa de la muerte fue quemaduras internas y externas causadas por alcohol etílico en altas proporciones.
b)No había alcohol o estupefacientes en ninguno de los tres fallecidos –Ariel, el niño que era su hijo, y el hombre que tomaba un café cuando el auto fuera de control lo atropelló.
c) He calificado ésta muerte como “Muerte dudosa y/o asesinato”, aunque no hay un móvil claro ni una razón para ésta.”

Américo revisó los papeles. Aunque no estaba de acuerdo con el resultado final no se explicaba como había muerto su ex compañero. Así que decidió investigar por su cuenta. Él era parte de una organización llamada D.I.P.A. Esta organización, cuyo cabecilla es un oficial ligado a la INTERPOL , investiga casos paranormales, sus siglas según su significado son “Dirección de Investigación Paranormal Activa” (D.I.P.A) Hay en el mundo solo veintiséis miembros activos, de los cuales Américo es el líder en Argentina. Aunque su “Cabeza” de organización es Eduardo “Lalo” Masera.
Pronto Américo recibió la información que había pedido a su superior, y está decía:

(Foto de Enrique)
Nombre: Enrique Martín Alvarenga.
Domicilio: No declarado.
Ocupación: No declarado.
Registro delictivo: No posee.
Tipo de sangre: A+
Numero de documento: No posee N/N

El formulario no servía de nada. Sin embargo, esto lo hacía sumamente sospechoso. No Tenía domicilio, no trabajaba, no poseía registro de delincuencia. Nada, estaba limpio.
-mmm... Mauricio dijo que lo había conocido en la secundaría –Pensaba el doctor Díaz. Saco el teléfono celular y llamó a Lalo.
-Hola, ¿Lalo?
-Lo siento, Lalo ya no está más en este mundo –dijo una voz que no era, lógicamente, la de Lalo- Y te aconsejaría que dejaras de investigar. Puede irte muy mal.
-¡No te tengo miedo! –Le gritó Américo.
-Pues deberías –Al terminar de decir estás palabras, Américo se tomó el corazón. Sentía todos los síntomas de un paro cardíaco.
Los médicos que estaban cerca corrieron a socorrerlo. Américo sentía que se le iba la vida. Sentía por un lado que algo, con terrible fuerza le presionaba fuertemente el corazón. Un medico fue en busca de una tijera y cortó el ambo junto con la remera. Lo subieron a una camilla y lo llevaron directamente a resucitación. Allí le hicieron electro shock hasta que comenzó a respirar profundamente.
Despertó en una camilla. No entendía como había llegado hasta allí. Una enfermera joven a la que él conocía de haberla visto en su hospital paso por al lado de su cama.
-Enfermera…
La chica se acercó donde estaba él.
-¿Cómo se siente doctor?
-Mejor, gracias, pero… ¿Qué pasó?
-¿No recuerda nada?
-Recuerdo… -Un flash back le mostró que antes de desmayarse le había agarrado un paro cardíaco- … ¿Me agarró un paro cardíaco?
-Sí, repentinamente su corazón comenzó a bombear como loco.
-¿Se me hizo algún estudió para verificar esto?
-Sí, ¿Quiere verlos?
El médico asintió y la enfermera, que no pasaba los veinte años, se los trajo. El doctor los miró.
-¿Me los puedo llevar?
-Son suyos.
Américo no podía ver lo que venía ni de cerca. Sentía que la sombra del mal se acercaba. Y ésta no estaba muy lejos...





Raziel Saehara
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