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Las cronicas de Midgard libro I. (Novela)
#8
Kait le entregó el cuchillo y ella lo observó detenidamente. Parecía una simple cuchilla.
-Debemos rezar antes…
-Sí.
En silencio elevaron sus plegarias a la conciencia mágica, pidiendo por el bien, la justicia y que esta los cuide.
Al finalizar La Reina y Kait pusieron sus manos juntas en la Estela y penetraron justo en una ranura debajo de donde estaban aquellas palabras. Una luz brillante y encandiladora los dejó ciegos durante unos segundos. Cuando volvieron a abrir los ojos la tumba estaba abierta, el esqueleto estaba allí, pero… ¿Y la espada?
La Valquiria los observaba atentamente. ¿La valquiria? ¡Por supuesto!
La Reina se acercó a la estatua que sostenía en sus manos aquella espada. Observó los cadáveres de los hombres toro. ¿Cómo una espada común podía haber hecho eso? Había al menos veinte hombres toro y ellos, contando a la estatua, eran tres.
La Reina tomó la mano que sostenía la espada y con un movimiento suave la retiró. La estatua sonrió y se volvió polvo: habían obtenido la espada de la escarcha.
La espada se descascaró y brilló con un brillo frio y etéreo. Sin embargo el mango calentaba. Primero fue tibio y luego subió sin control… tuvo que soltar la espada y dejarla caer.
-¿Qué pasó? –Inquirió preocupado Kait.
-¡Es la espada de la escarcha! –Explicó la Reina- ¡Me quemó la mano! ¡Me rechazó!

¡Kait! ¡Tómame! ¡Tómame!

Kait miró para todos lados. Fue como cuando obtuvo el arco. ¿Acaso…?
Observó la espada tirada en el suelo y la tomó. Un halo brillante contorneo la espada. No quemaba ni nada parecido. Era como una versión más poderosa de Estela de dragón. Observó en el suelo, donde había estado el polvillo de la estatua había un cinto y una vaina. Los tomo y se los acomodó.
-¡Gracias Mincar!
La Reina lo observó asustada.
-¿Quién es este chico? –Pensó.
-Es mejor que encontremos a Ishtar…
La Reina se puso de pie.
-¡Espera! Dime una cosa antes de que sigamos… ¿Eres el hijo de Wikof? –Inquirió sin preámbulos la chica- Puedes tomar la espada de la escarcha, el arco mágico de aquel viajero del cual me habló mi mamá…
-Wikof… -Kait pareció sopesar aquella palabra como si fuese de un lenguaje perdido, su rostro se ensombreció- No recuerdo nada de mi pasado, ningún Wikof estaba allí cuando yo lloraba… Cuando me despreciaban… estuve solo todo este tiempo sin saber siquiera si tenía familia en algún lado –Comenzó a caminar en sentido contrario al que habían venido- ¿Vienes?

La niebla roja cubría la sala. Ishtar y Gerard habían logrado colarse silenciosamente en la sala. Era el salón de armas. Allí estaban todas aquellas armas que el rey de Miltran les quitaba a sus victimas, pero por alguna razón estaban protegidas en el fondo de la sala. Ishtar, que confiaba plenamente en Gerard y su ojo interior, se dejaba guiar como si él fuera el ciego y el otro el perro lazarillo.
-Toma esto –Gerard le extendió algo y enseguida se dio cuenta de lo que era: un arma- A la cuenta de tres te paras y apuñalas.
-Lo siento, no se contar –Dijo en tono burlón.
-Uno, Dos… ¡Tres!
Ambos se pusieron de pie y apuñalaron a las bestias justo en la garganta. Los hombres toro murieron en el momento sin saber que los había golpeado.
La niebla desapareció sin dejar rastro y los hombres toro estaban allí, muertos. Cada vez que veía a uno de aquellos seres ser controlados por alguien la rabia se encendía dentro de Gerard. Se sentó en el medio de ambas victimas y rezó por sus almas. Ishtar lo miraba sin hacer ningún tipo de comentario. Una vez terminado el ritual de las almas Gerard se puso en pie.
-Es hora de cazar al culpable de todo esto…
-¡Por fin estamos de acuerdo! –Dijo Ishtar en tono jovial- Seguramente el conde de Jiran debe estar enterado de esto y nos tenderá algún tipo de trampa…
-¿El conde de Jiran? No, esto es mucho más grande que ese conde de pacotilla… Creo que se de quien se trata… -Dijo Gerard- El ex puppet-master del puño de Odín: Yuz.
-¿Dices que un solo hombre pudo hacer todo esto? –Preguntó Ishtar, que no conocía al tal Yuz- ¿Y la niebla roja? ¿También es obra de él?
-No, los hombres toro ya de por si utilizan esto como arma, pero no atacan humanos. Si esto llega a saberse en el reino se pedirá una guerra contra ellos. ¡Y todo por culpa de Yuz! ¡Debí detenerlo cuando tuve la oportunidad!
-No soy quien para juzgar –dijo Ishtar y se encogió de hombros- Veamos que arma hay por aquí.
Se paseo por entre los cuchillos, de distintos tipos y tamaños, tomando algunos y guardándoselos en el revés de su capa de viaje. Por ultimo tomo una ballesta muy parecida a la suya. Miró y en el suelo estaba aquello que hasta hace unos momentos estaba en la casa de Kait: el colgante de las Camelias. En otras palabras Kait había salido a buscarlo y había dejado su ballesta allí. ¿Pero como…? No quería ni pensarlo… Ya no podría mantener aquel voto a su amigo…
-Tranquilo. Puedo sentir la energía de ese chico… Están en algún lugar en la tumba de Mincar –Era la voz de alguien.
-¡Yuz! –Gritó Gerard que reconoció la voz al instante, había tomado un báculo Evanescente de entre las armas… quizás hubiese tomado otras armas pero no las tenía a la vista- ¡Muéstrate!
Un niño apareció en la puerta. Llevaba una flauta en sus manos.
-Yuz…
-¿Acaso es un niño?
-No lo subestimes, el clan de Yuz –Los puppet-masters- han pertenecido desde siempre al puño de Odín, incluso antes del Ragnarok ya se los creía lideres innatos –Aseguró Gerard- ¡Su poder es temible!
-Me conoces bien, ¿eh? –Se burló Yuz- ¡No me conoces en absoluto! ¡Y ahora se arrepentirán!
-¡Cubre tus Oídos Ishtar!
Yuz se llevó la flauta a la boca y empezó a entonar una música bonita. A Ishtar le pareció de lo más agradable. Lo calmaba. Lo sosegaba. Era como aquellas drogas que usaba Kait para calmar los nervios antes de ir a dormir.
De pronto, todo se puso oscuro. ¿Qué pasaba allí? Ya no recordaba… escuchaba un ruido… ¿Qué era? ¿Un caballo? Él lo estaba esperando. Tenía que galopar y llegar pronto. ¿Qué era eso que se veía a la distancia? ¿Fuego? Ahí hay alguien preguntaré. El hombre que estaba allí me dijo que un sobreviviente a aquel incendio voraz de la ciudad huyó con un bebé hacia la ciudad de Syrup. ¡Tal vez esté herido! ¡Debo encontrarlo! La lluvia no me deja ver. Allí está la ciudad… Es mejor que me apure. ¡Vaya! ¡Las puertas de la ciudad están cerradas! ¿Qué habrá pasado? Dejaré el caballo aquí, espero lo entiendas centurión. Saltaré la puerta, no veo ningún guardia. ¿Dónde estarán? Luego de caminar por la ciudad distinguí a un hombre herido y a su bebé. Están siendo perseguidos como viles ladrones. ¡No lo permitiré! Me metí en la disputa y le pregunté porque lo perseguían. Había perdido mucha sangre. “Proteja a mi hijo, dele de comer esto cuando cumpla los quince ciclos” Y me dio una fruta algo extraña, parecida a una manzana. ¿Cómo es su nombre…? ¡Ey! “WIKOF” me contestó y murió. Corrí por la ciudad y llegué a un manzanero. Allí crié a quien le pusiera Kait y le enseñe miles de trampas y secretos. Le prohibí tocar aquella extraña fruta temiendo que fuera algo venenoso. ¡Pero que idiota! ¡Que padre le daría algo venenoso a su hijo! Y a los quince años… con un dolor en el corazón… ¿Corazón? ¿Qué es esa punzada de dolor? Todo se aclaraba en mi mente… ¡La flauta de Yuz! Desperté y estaba echado en el suelo. Noté un sabor a sangre en mi boca. Quise moverme pero alguien puso una mano sobre mí…
-No te muevas, ya lo derroté, pero sufriste una herida -era Gerard el que me hablaba- Es grave y no tengo forma de curarte. No acá y no puedo transportarte.
-Kait… búscalo… tráelo… el podrá -fue lo único que llegó a articular antes de caer desmayado por la perdida de sangre.





Raziel Saehara
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Las cronicas de Midgard libro I. (Novela) - por Raziel_Saehara - 14-10-2012, 21:06