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Las cronicas de Midgard libro I. (Novela)
#3
Ishtar, empapado por la lluvia que caía copiosamente sobre Syrup, encendió un cigarrillo en la puerta de la taberna conocida como “Puñal”. Allí, en aquella taberna, solían juntarse las escorias más bajas de Syrup. Él esperaba a alguien allí. Dio una pitada larga a su cigarro de uva y lo tiró al suelo. Escuchó un ruido metálico en la distancia. ¿Qué podría ser? Se escondió al costado del bar, donde lo protegía la sombra y esperó. El ruido metálico se acercaba más y más pero él estaba tranquilo. No podrían atraparlo aunque quisieran.
Lo que vio lo dejó sorprendido. Una redada. Los caballeros de Támesis, una orden especial de combate, rodeaban el lugar. ¿Qué significaba todo aquello?
Vestían un uniforme azul con cascos con cuernos y esas cosas decorativas. El más pequeño de todos ellos iba a la cabeza y llevaba un estandarte que no se llegaba a leer. Cuando llegaron junto a él pudo leerlo al fin: “Muerte a los asesinos”. ¿Qué pretendían? Ishtar permaneció en la oscuridad mientras el ejército se materializaba. Buscó su ballesta, solo por si acaso la llegara a necesitar, y recordó que la había dejado en la casa-árbol de Kait.
Maldijo por lo bajo. Se escondió un poco más en la oscuridad, donde la luna no llegaba a alumbrarlo, y espero en silencio. No movió un musculo mientras escuchaba a los soldados del rey arrestar a los buhoneros y otras carroñas de la sociedad… Escuchó gritos… gritos de mujeres.
Un recuerdo vino a su mente. Aquel miserable de Máximum… ¡Se aprovechaba de las mujeres indefensas que se ganaban la vida vendiendo lo que encontraban, o dejaban, los muertos en Axaroth!
Había quedado un solo soldado en la retaguardia con el estandarte. Ishtar salió de su escondite y se cargó con una furia asesina al portador del estandarte. Después de matarlo, lo llevó a la oscuridad, allí nadie lo vería, y se vistió como él uniforme del soldado. Por suerte, era de la misma complexión física que Ishtar. Escondió el cadáver entre los desechos y fue a apostarse en la puerta. Lo que más lo sorprendió fue que era un hombre toro.
-¡Dominique! –Gritó uno de los soldados desde adentro- ¡Agárrala!
Ishtar miraba asombrado. Una chica de apenas trece años saltaba acuchillando y saltando de mesa en mesa. Era habilidosa para ser una niña. Saltaba de acá para allá. Los caballeros buscaban atraparla. Ishtar, como portador del estandarte ahora, no podía meterse o de seguro lo matarían. Por lo menos ya sabía por que no se habían dado cuenta de que faltaba “El estandarte”. Se dijo a sí mismo que tenía que hacer algo. Saco una de sus pequeñas navajas, filosas como la famosa espada “Tormenta de acero” que portaran los Einherjer durante el Ragnarok, y la lanzó sin moverse de su lugar, y con una puntería admirable, a algunos de los soldados de Máximum. La joven seguía avanzando hacia la salida.
A Ishtar le carcomía la duda. ¿Quién sería aquella chica tan habilidosa? Los soldados vivos la rodearon y ella hizo algo que nadie esperaba: Uso polvos de alquimista.
Para entender esto es necesario comprender qué es la Alquimia. Esta es una ciencia que utiliza el método de transmutación del alma para encontrar, de alguna forma, el poder para no morir. A eso se le llama la gran obra roja. Sin embargo, para llegar a la obra roja se tardaría toda una vida. Por eso un alquimista famoso creó los polvos que le permiten a uno desaparecerse y aparecer en otro lugar. Y eso fue lo que hizo esa chica.
Esa noche mataron a unos cuantos buhoneros y prostitutas que estaban tratando de ganarse la vida, no digamos decentemente por que mentiríamos, pero si se podría decir que se ganaban la vida de la forma que más les parecía.
-¡Dominique! - Gritó un soldado con casco de cuernos y una armadura… ¿Con escamas azules? Lo miraba a él así que ese debía ser el nombre del portador que descansaba en el basurero.
El soldado que lo había llamado tenía cara de ogro y sus ojos negros brillaban como dos manzanas podridas y percutidas por el tiempo.
-¡Recoge sus almas Dominique! –Dijo quien parecía ser su jefe, el cual después de decir aquello salió de la estancia dejándolo con todos los muertos. ¿Recoger sus almas? ¿Qué pretendían hacer con ellas?
Ishtar sacó una bolsa de su bolsillo y la abrió. Los muertos, que eran los únicos que habían quedado allí comenzaron a brillar y a desaparecer. ¿Polvos de Alquimista? No, aquello era algo mayor a lo que podía imaginarse Ishtar.
Los cadáveres se convertían en pequeñas luces azules, como si fueran velas encendidas a punto de derretirse, y entraban en la bolsa.
-¡Dominique! –Ishtar se dio vuelta sabiendo que ese ahora era su nombre. El casco azul de escamas de dragón le cubría el cuerpo y especialmente la cara. Su pelo largo negro era lo único que lo podía delatar ya que asomaba entre la unión del casco y la pechera.
Ishtar se dirigió al más grandote y de aspecto fiero.
-Aquí están las almas…
-¡Bien! –Rugió- Guárdalas para el conde de Jiran.
Así que eran para el conde de Jiran. Su suerte empezaba a cambiar y, si el grandote no veía la diferencia entre Dominique e Ishtar, bueno… Su trabajo iba a ser más fructífero.
-Volvamos al castillo Dominique. ¡Soldados! –Todos se enderezaron- ¡Al castillo!
Ishtar iba en la dirección del castillo llevando el estandarte. Su contacto probablemente se hubiese marchado al ver el revuelo. A decir verdad no conocía a su contacto, solo que le decían “Reina roja”. ¿Estaría entre las almas que llevaba en su cintura? Solo esperaba que ella estuviera viva… Y si… no, era imposible… ¿La alquimista? ¿Podría ser…?
-¿Qué esperas Dominique?
La voz del grandulón lo sacó de sus pensamientos.
-Debes hacer el ritual de almas para el señor de Jiran, ¿Lo has olvidado?
-¿Cómo olvidarlo? –Le dijo Ishtar y se preparo para el combate, no tenía forma alguna de saber el ritual.
Todavía tenía una oportunidad de arruinarle la fiesta al conde Máximum. Calculo cuantos soldados había allí y preparó su magia. Ishtar, además de Mercenario-Sicario, había aprendido magia de uno de los mejores magos de la historia de Midgard: Josué.
Contó rápidamente la cantidad de enemigos. Veintidós hombres. Imaginó la escena en su mente. Hacia aparecer una lluvia de cuchillas y todos ellos morían.
-¿Qué pasa Dominique?
La lluvia había cesado y una extraña niebla se había levantado de pronto. Era roja y olía a sangre. Ishtar miró hacia abajo y vio para su asombro que el gigantón le había clavado una de sus cuchillas en el costado Izquierdo.
-No eres Dominique, él sabría que no existe tal ritual.
El grandulón le arrebato la bolsa e Ishtar cayó desplomado y herido en el frío piso de la ciudadela.





Raziel Saehara
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Las cronicas de Midgard libro I. (Novela) - por Raziel_Saehara - 07-10-2012, 22:37