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Siguiendote hasta la muerte.
#2
Capitulo II: Encuentro clandestino.

Había pasado un mes desde aquel sueño que lo ponía intranquilo. Por otro lado, la medicación lo estaba poniendo loco y a la vez le daba demasiado sueño.
Era un veinte de Enero del 2005. Ya había pasado navidad y año nuevo. En un intento desesperado y habiéndose quedado solo, tomó el teléfono y llamó a su ex. Sus dedos torpes, culpa de la medicación, buscaban recordar el número de su amada. Lo recordó después de unos segundos. El teléfono sonaba. Con cada pitido su conciencia le decía que no debía hacer eso, que estaba mal… Pero lo que dictaba el corazón era diferente.
Atendieron y para su suerte era Graciela. A Benjamín le temblaba la voz. Por un segundo sintió que la vida le volvía. Que volvía a ser Benjamín Ortega…
-Amor, te extraño un montón, Quiero verte –Imploraba Benjamín- Sin vos no soy nada…
-Está bien, encontrémonos… En los videojuegos de Palermo frente a Plaza Italia.
-¿Qué día?
-El veinticinco, dentro de cinco días.
-Listo, un beso.
Benjamín cortó. Si podía recuperarla a ella nada había sido en vano. En ese momento, luego de cortar telefónicamente con ella se sintió mucho mejor. Las ganas de vivir le habían vuelto. Ya no le temblaba la voz, pero sentía que todo había cambiado. Por más que se encontraran la experiencia de sus vidas los había marcado a ambos. Los dos habían sido internados en un psiquiátrico: ella en uno privado; él en uno estatal. ¿Qué podía ser peor?
Adriana se dio cuenta que algo le pasaba a su hijo. Lo veía feliz. ¡Con ganas de vivir! Lo que era mejor: Le había pedido que lo afeitase.
Benjamín había hecho una promesa, hasta que no la volviera a ver no se afeitaría. La barba había crecido de forma incontrolada y desmesurada. Su madre se percató de que algo no andaba bien.
-¿Hablaste con ella no? –Preguntó Adriana mientras Benjamín se acostaba en la cama que, provisoriamente, estaba en la cocina.
Benjamín no quería mentirle a su madre. Estaba en lo cierto. Así que le contó lo sucedido.
-¿Por qué llamaste sin permiso? –Dijo su madre enojada- ¡Ella te hace mal! ¡Es un amor enfermizo!
-Pero es mi vida… ¡Es la única que me amo como mujer! ¡Por lo menos quiero decirle cuanto la amo y lo importante que fue para mí! Creo que tengo ese derecho…
Adriana tenía miedo. ¿Y si enloquecía nuevamente? ¿Qué pasaría? Se guardó su opinión.

Llegó el veinticinco de Enero. No se sentía muy bien. Parecía que aquella enfermedad lo estaba matando… O más bien la medicación. No quería sentirse mal. Quería estar lucido. ¡Demonios! ¡Tenia ganas de dormir!
Tomó un colectivo que lo llevaba a la estación de Villa Bosch, luego el tren que lo llevaba a la estación Lacroze, en Chacarita, y luego el colectivo línea treinta y nueve que lo dejaba en la puerta de los videos.
Al descender vio a aquella persona y no supo como reaccionar. ¿Un abrazo? ¿Un beso? Graciela lo miró y, lágrima mediante, lo besó.
-Perdoname, yo no quise… -Inesperadamente las lágrimas brotaban de ambos rostros.
-Entiendo… Y te perdono…
Se sentaron en una heladería y tomaron allí un helado. Luego de unos instantes de felicidad en el que ambos recordaron buenas épocas, vino la pregunta destructiva…
-¿Qué vamos a hacer con lo nuestro?
Benjamín, que trataba de pasar el helado, se largó a llorar de un momento a otro. La respuesta era clara: Debían cortar la relación.
-Creo que lo mejor… -Dijo una vez calmado el llanto de Benjamín- … va a ser que no nos veamos más.
El mundo, frágil y austero, que había creado benjamín estaba en ruinas. ¿No se podía hacer nada?

“Si la amas déjala volar, si es tuya algún día regresará y sino es por que nunca fue para ti”

Debía dejarla “volar”, ser libre. Sus historias terminaban acá. Graciela le pidió que la acompañara al colectivo. Tenía que volver temprano. Llegaron tomados de la mano a la parada del colectivo que la llevaba a la casa. Y justo allí había uno parado.
-Ándate, no quiero sufrir más.
-Estás seguro –dijo ella, a lo cual benjamín asintió.
Subió al colectivo con una lágrima resbalándole por el rostro, pero ella era fuerte, seguramente encontraría a un hombre mejor.
En aquel momento mientras ella subía al colectivo, el cielo se puso triste. En noviembre cuando se habían conocido el cielo había llorado de alegría. Ahora, año y medio después, el cielo se largaba a llorar por que dos amantes ya no serían. Dos amantes que ya no se amarían. Dos amantes que el cielo lloraría.





Raziel Saehara
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Siguiendote hasta la muerte. - por Raziel_Saehara - 14-03-2012, 12:10