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Las cronicas de Midgard (novela) capitulo 1.
#2
Un Yggdrasil era el medio de transporte preferido del rey y sus vasallos. Este Yggdrasil era pariente de aquel que causara el desastre 3000 años atrás, en el Ragnarok. Este animal se caracterizaba por tener una piel marrón y dura. Solo las flechas mágicas de los elfos de la luz podían atravesar su piel. Estas flechas poseían una punta especial echa con una piedra mágica llamada Reticita. Estás se encontraban en las minas subterráneas de Adberich y a menudo se sacaban entre dos toneladas mensuales de este material. Su color era negro como el cielo cuando está por caer granizo o los ojos mismos del Yggdrasil cuando está por morir.
Este animal es de gran tamaño, se necesitan diez hombres fuertes y altos uno arriba de otro como para limpiar su lomo.
Allí arriba, en una pequeña tienda de campaña, venían Stephen, Amalia y algunos soldados. El rey últimamente había empezado a tener pesadillas acerca de una nueva guerra. En ese sueño se veía a él mismo portando la antigua espada de Odín y una de las armaduras de los Vellhud.
Stephen era el único sobreviviente conocido de los anteriores Vellhud. Su cuerpo, otrora joven y musculoso, era ahora viejo y arrugado. Caminaba usando un bastón.
Su hija, una de las mujeres más bellas en central, contemplaba la multitud desde donde estaba sentada, un pequeño taburete hecho de algodón y plumas de ganso, y a veces le dirigía miradas a su padre. Miradas de odio.
Amalia quería salir de su castillo, conocer otras tierras, enamorarse, tener descendencia y morir de vejez. Pero eso era imposible.
Ella sería la responsable de la seguridad junto a su esposo.
Habían viajado hasta la ciudad de Asturias, tierras de un amigo de su padre. Este les entregó, como forma de agradecimiento por mantener alejados a los elfos oscuros de su pueblo, a su hijo Cid. En esta época se utilizaba el lugar de nacimiento como apellido.
El príncipe de Asturias era más alto y fornido que el rey cuando era joven. Sus ojos eran verdes e imponían respeto. Cid fue entrenado desde chico en una facción conocida en Midgard como “El círculo”. Está facción se dedicaba a invocar sibilas, para saber el futuro.
“El circulo” era llamado así ya que sus integrantes poseían un circulo marcado a fuego en su piel. Eran, para muchos, los salvadores. También habían sido entrenados en el antiguo arte de la magia. Junto a Cid estaba su criado, un hombre debilucho y frágil. Era cuanto mucho quince años mayor que él, estaba en la flor de su vida.
-Amo –Se dirigió tembloroso a Cid. Este no era malo, Arthur –así se llamaba el sirviente- temblaba siempre de frío, aunque hiciese miles de grados o se encontrara en Cupelheim –la ciudad elfica en el bosque ancestral de Imasura-; le extendió una taza con una infusión.
-Arthur, ¿Otra vez haciendo magia? Sabes que no tienes permiso del santo santuario –le reprochó Cid. Era sabido que eso, sea lo que sea que contuviera la taza no le iba a gustar; Suspiró, miró a los ojos a su interlocutor y bebió de un trago el contenido de la taza.
Arthur esperaba expectante el resultado. Ahora todo dependía de él. Se preguntaba cual sería su reacción… había practicado mucho, se había quemado las manos y se las había vendado precariamente. Después se encargaría de aquello. Ahora solo le importaba cumplir con su amo.
Cid bebió lentamente el contenido, aún estaba caliente.
-¿Poción vitalizante? Mm..... no esta mal, solo que debes echarle un poco más de polvo de araña.
Arthur saltó de alegría, festejando y bailando de emoción. Había conseguido un “no esta mal” de su amo. Tembloroso, tomó la mano de su amo y le quitó la taza.
-¡Gracias amo! –chilló una y otra vez y se fue a su tienda, detrás de la del rey Stephen.
-¿Ese estúpido no cambia verdad? –Inquirió fastidiada la princesa. A lo que Cid torció el gesto. No iba a permitir que nadie hablase mal de su criado, era más que un padre para él.
Antes de pedirle una respuesta por la humillación de su siervo, Cid se retiró a tomar un poco de aire en el lomo del Yggdrasil. El rey lo siguió.
-No debes enojarte con mi hija, Lord Cid…
-No estoy enojado, solo que ella no siente lo mismo por mí, no es reciproco. Ella debe estar enamorada de alguien más –pero antes de que él llegase a decir algo una serie de dagas volaron hacia el rey.
Stephen no tuvo tiempo de hacer nada, pero Cid si. Uso su magia y detuvo las dagas a dos milímetros del cuerpo del rey.
-¿Está usted bien? –las dagas cayeron entre la confundida multitud, Cid miró en busca de aquel que las había lanzado. No encontró al culpable.
-Entremos –ordenó el rey bajo la custodia de su caballero mago.
Mientras tanto, abajo, a los pies del Yggdrasil, la elfa oscura se preparaba para su segunda parte del plan. Matar al Yggdrasil. Como ya se explicase antes, este animal no suele morir así por que sí. Solo las flechas elficas podían hacerle algo. Y ella tenía una. Puso una gota de aquella poción en la flecha y, escalando cual montaña, la clavo con fuerza en el corazón del dragón.
Un gritó de dolor y un ultimo suspiro es lo que dio el Yggdrasil. Decían los antiguos que los cuernos del Yggdrasil servían para forjar las armas y armaduras que usasen los doce Vellhud durante el Ragnarok. También había leído en textos elficos que a la muerte de un Yggdrasil este producía una gran explosión matando incluso a sus enemigos. Eso no le importaba a Alara. Su pueblo se lo agradecería.
Ya el Yggdrasil comenzaba a brillar, estaba agonizando. ¿No había clavado bien la flecha? Alara tenía una copia de la misma así que la clavó en el vientre del transporte.La multitud había salido corriendo espantada, salvo dos personas…
Alara miró hacia donde estaban esas dos personas vestidas con raudas vestimentas elficas oscuras. Eran los mismos que la estaban buscando. Y detrás de ellos, sonriente, apareció aquel mercader, el que le había vendido la poción.
Alara se lanzó, en una caída que iba a hacer mella en sus huesos, al suelo desde donde estaba en el pecho del Yggdrasil. No iba a permitir que nadie la atrapara. Pero en el fondo se preguntaba quienes eran aquellos tres.
La elfa oscura cayó, pero antes de tocar el suelo una mano humana la agarro y la transportó en brazos justo antes de que el Yggdrasil se desplomara sobre el suelo. La escolta del rey se encargó de proteger al rey. Cid abandonó al rey para ir en busca del atacante.
El rey Stephen, mientras tanto, llamaba a los gritos a su amada Amalia. Y Arthur, como siempre despistado, se preguntaba que habría pasado. Simplemente no le cabía en la mente quien querría comenzar una nueva guerra. Busco a su amo pero este ya estaba tras los agresores. Quizá… No, no podía ser él. Hacía siglos que no se sabía de Él… Sería mejor que consultase con sus superiores, esto podía ser peor de lo que habían dicho las sibilas… mucho peor.
La elfa oscura se removía en los brazos de quien la había capturado. Aquel humano corría a la velocidad que lo hacían los lobos del norte. Pronto dejaron atrás el tumulto y se detuvieron en un callejón oscuro.
-¡Silencio! ¿¡Quieres que nos descubran!? –Le espetó aquel humano nervioso. Vestía una capa de viaje violeta con runas que ella no pudo leer. Todas parecían de una lengua olvidada y muy antigua. El humano reparo en que ella miraba asombrada aquel lenguaje, pero no dijo nada al respecto. En cambio, sonrió debajo de la capa y le extendió una mano a la elfa. Por supuesto, ella no iba a permitir que un humano la ayudase. Se puso en pie algo dolorida.
-¿Quién eres? –Inquirió la elfa- ¿Por qué me ayudaste?
-¿Y dejarte morir? No podría –El humano retiró la capucha de su rostro y dejo que se le viera la cara. Era un rostro hermoso. Tenía el pelo rubio y largo, de un lacio increíble. Sus ojos eran uno verde y otro azul. Esto le daba un aire de misterio a las demás facciones de su cuerpo. Su estatura era la normal para una persona de sus ciclos de vida. Tal vez unos diecisiete ciclos eran los que él tenía en aquel momento.
-¿Cuál es tu nombre elfa? –Dijo el humano en tono amistoso- Si es que quieres decírmelo…
-Mi nombre es Alarantanalasa, pero me conocen como Alara… ¿Por qué me has salvado… humano? –Dijo esta última palabra como si le pesara en el alma- ¿Qué puedes querer de mí?
-Este… iré al grano… pero no aquí, debes acompañarme…
-¡Por lo menos dime tú nombre! –Exigió ella.
El empezó a caminar, se echo la capucha sobre sus pelos y le dijo restándole importancia al asunto.
-Sigfrido de Nibelungos, portador del anillo y caballero de la orden dorada de los Vellhud.
Y con esto, Sigfrido y Alara comenzaron su viaje a la ciudad de los magos. La ciudad donde se decía que pocos podían llegar. Nibelungos, la ciudad misteriosa.





Raziel Saehara
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Las cronicas de Midgard (novela) capitulo 1. - por Raziel_Saehara - 26-10-2010, 17:14