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Noche de soledad (novela)
#25
El doctor Díaz despertó en el cuarto de su casa. No había nadie por allí. ¿Acaso ya lo daban por muerto? Algo extraño estaba pasando y todavía no sabía que…
Recordó haber soñado con su hijo. Este se despedía.
Américo bajó a la cocina y vio, para su asombro, un joven de unos 16 años sentado a la mesa leyendo el diario mientras desayunaba. Este era pelirrojo y tenía unos ojos color café muy parecidos a los de Américo.
-Padre, ¿has dormido bien? –Dijo el chico sin mirarlo- siéntate
Américo se sentó y miró fijamente a su supuesto hijo.
-¿Sos mi hijo? –Preguntó él algo sorprendido… su hijo echó a reír- ¿Cómo te llamas?
-Adán Guillermo Díaz es mi nombre, es cierto que aún no he nacido pero incluso desde el vientre de mi madre puedo dominar a mis sombras a voluntad.
-¿Tus sombras? No entiendo, pensé que este era el poder de Alvarenga… Así que por eso se llaman sombras de Adán, ¡Vos sos el asesino!
-¡Ey! Asesino es una palabra muy fea… pero sí, soy el que teje los hilos de la oscuridad y ayudare a mi padre en todo lo que haga falta…
-¿Me ayudaras? ¿A matar?
-Vos no sos mi padre… mi padre es Yamiel, el ángel de la furia… ¿recordás que estás enfermo…?
-¿El síndrome de ultimátum? El médico se había equivocado…
-No, el médico no se equivocó… Yamiel utilizó el mismo sistema que utilizó Dios para enviar al Arcángel Miguel a ser el hijo del hombre, Jesús el cristo…
Américo de pronto cayó en la cuenta. Había cometido un grave error.
-Sos… ¡El anticristo!
Américo fue invadido por un súbito escalofrío. Adán sonrió.
-¿Qué pasa? ¿Tenés miedo?... será mejor que despiertes, algo está por pasar.
-¿Por qué hijo?...
-Yo no soy tu hijo –Adán se puso en pie y se puso cara a cara con Américo.- ¡Soy hijo del odio! –Mostró su mano y vio esta llena de una luz negra y espesa- Ahora vete…
La oscuridad se expandió y todo se volvió negro de nuevo.
-¡Ey! ¿Te pensás despertar?
Esa voz…
-Mauricio –logró decir levemente- hay que detenerlo…
-En ese estado no vas a poder detener a nadie… la curiosidad es más fuerte… ¿A quién querés detener?
El Dr. Díaz observó a su alrededor. Estaba en un hospital, más precisamente en terapia intensiva. Pero no estaba solo… a su alrededor estaban algunas personas: Maximiliano, aquel chico policía-ladrón; el oficial González; el comisario Lalo y un séquito de personas que se mantenían apartadas de él.
-¿Quiénes son ellos?
Y Mauricio le explicó lo sucedido en la playa mientras él hablaba con Sosa.

Y Ghomikian empezó a relatar:
-…estaba yo en la playa pensando junto a Adriano en todo lo que había hecho. ¿Cuántos había matado? Inocentes o culpables yo no era Dios para juzgar al débil de corazón. Muchos de ellos me pidieron perdón luego de los actos, ¡estaban realmente arrepentidos!
Adriano trató de convencerme con suspicaces pensamientos de que yo no debía arrepentirme. “¡El arrepentimiento es para los débiles! ¡Nunca deberían haber nacido!”, me repetía una y otra vez. Me hubiese sentido vacío de no ser por que aún tenía un amigo en este mundo: Vos. “¡Cállate! ¡No son más que basura, ustedes y todo lo que los rodea! ¡Ya no quiero continuar con esto! ¡Nunca más volveré a matar!” Dije yo y acto seguido me sentí morir. Un dolor en mi pecho, frío y punzante, me hizo poner de rodillas.
“¡Me has traicionado! ¡A mí y a Adán! ¡Morirás!” escuché en mi mente y caí desmayado.
Tuve una extraña visión… un joven muy parecido a vos golpeaba a mi puerta luego de que yo me “despertara” de aquel desmayo.
“¿Qué querés?” le dije empujándolo fuera, él quería entrar a toda costa.
“Traigo noticias, Mauricio, hablemos dentro” dijo él, algo acelerado y continuó “¿Sabes quién soy?”.
“El hijo de Américo”, “así es, he venido por que he de contarte una verdad: soy el verdadero Anticristo” dijo con una sonrisa y acto seguido saco una daga y con una fuerza que nunca había sentido la clavó en mi pecho “Nunca deberías haber traicionado al hijo de un ángel”
Fue en ese momento que comprendí todo.
¡Tu hijo no era tu hijo sino un cruel demonio! Pero, ¿Como contrarrestar aquel poder?
De repente, una luz inundó aquella imagen de mi persona sufriendo y Rafael entró en mi sueño, él es el hijo de Enrique, es una historia larga… ¡Vamos te la contaré por el camino!”
{ Este tema ha sido editado, no postees tan rápido, editá }
Estaban todos dentro de un camión con acoplado. Detrás, en la caja, iban los ex compañeros de Mauricio quienes habían sido juntados por Karadagián y Lila. Rafael contaba una historia y este decía:
-Hace algunos años, mi tío, vamos a llamarlo “Tío” encerró a mi padre, el cuál estaba lisiado desde pequeño, en un sótano pequeño y húmedo. Mientras mi Tío se daba la buena vida con la fortuna de los Alvarenga, mis antepasados habían sido saqueadores de tumbas y religiosos agnósticos, mi padre sufría en aquel cuarto. Para empeorar las cosas, mi Tío obligó a su esposa a mantener relaciones con su hermano. Sin sacarlo de aquel cuarto, ellos me hicieron con todo el odio en su interior. Mi madre me tuvo y en el parto murió. Pero me dejó un importante legado. Ya sabrán de eso a su momento. No pregunten. ¿Donde iba? ¡Ah! Sí, mi padre tuvo que cederle “Derechos” sobre mi propiedad a mi tío. Él tenía una enfermedad conocida –miró a Américo- por algunos pocos: El síndrome de ultimátum. Sus espermas salían muertos desde sus testículos. Entonces, tuvo que recurrir a su hermano de esa manera. Me crió en completa soledad y por años no me había dejado ver lo que había en el sótano. No se escuchaban gritos ni nada desde dentro, pero algo me unía con aquel lugar. Lo sentía. Era mi “legado”. Para aquel entonces, decidí entrar en la Policía Federal sucursal Palermo Soho. Ahí fue cuando investigando encontré un ataúd vacío y vi a mi tío por unos segundos entre las luces de la puerta abierta. Este me pegó un golpe y me desmayó allí mismo. El odio más profundo se dibujaba en su rostro envenenado por el tiempo y el dolor. Él no sabía que yo era su hijo. Trató de matarme y me dijo “No morirás, aún no” y se fue de allí. Cuando desperté vi la puerta abierta y salí. Llamé a mi padre y me dijo que estaba en una de las iglesias de la familia haciendo yo no sabía que. No perdí tiempo. Llamé a uno de mis compañeros y le dije que me pasara a buscar por casa. Iríamos a aquella Iglesia. Pero, no tuve en cuenta que mi padre también iría pero para devorar sus huesos y dejar solo su carne. Él entró a la Iglesia con la espada de la familia y sin mediar palabra mató a todos los que estaban allí tratando de mantener al gran demonio sellado. Pero el sello era aquel pedazo de papel en la caja. Él contenido de esta era un secreto incluso para mí, pero mis abuelos habían prohibido a cualquiera siquiera tocar aquella caja. Solo alguien que odiara al mundo tanto como su contenido podría abrir sin problemas la caja. Mi padre era el indicado. Pasó mucho tiempo de su vida en soledad en aquel horrible lugar. Una gran noche de soledad fue lo que vivió mi padre. Así fue que mi padre mató a todos los monjes en el lugar y luego a mi Tío devorando así sus huesos. Incendió todo el lugar haciendo como que hubiese sido un gran incendio.
Fue a la vieja mansión y entró en mi viejo cuarto. Allí mutó en lo que es ahora: un ser humano sin corazón. Y ahora que ustedes dos lo han traicionado querrá un pago por ello. Créanme cuando les digo que esta batalla no será fácil. No señor. Nada fácil.”

Alvarenga escuchaba atento lo que le contaban las dos sombras con mucha atención. Estaba de espaldas a ambas sombras. Él vestido con una sotana violeta y también cubierta su cabeza con una capucha de ese mismo color. Las sombras culminaron su relato diciendo que habían sido traicionadas y requerían un pago por aquel ultrajamiento. Un pago muy alto.
-Esta bien, haré cuanto pueda –fue todo lo que dijo Alvarenga y se fue a su recamara-.
Allí pensó que alguien debía morir, el niño que él necesitaba y su madre serían las victimas perfectas.
Desapareció enrollándose y apareciendo en el cuarto de cocinas de la casa de Mauricio. Dos sombras salieron de su cuerpo y volvieron a él luego de algunos minutos con Facundo y Claudia.
-Vámonos… -dijo Enrique y en un segundo estuvieron en aquella Iglesia de nuevo- …bien espero que ustedes dos me lo hagan divertido –amenazó él- matar sin diversión, no es lo mismo…

En aquel camión y de regreso de sus vacaciones, Mauricio aprovechó para ponerse al corriente de las últimas noticias. Sus compañeros y él se perdonaban mutuamente. Eso era bueno. De pronto el camión paro el motor y Karadagián, quien lo conducía, abrió las puertas.
-Bajen todos…
Todos lo hicieron pegando pequeños saltitos al suelo desde el acoplado.
-Pero aún faltan dos cuadras para la iglesia… ¿Por qué bajamos acá? –preguntó Américo.
-Debemos ser precavidos y formar un plan –a lo lejos se distinguía la Iglesia cubierta de nubarrones negros- No podemos ir así nomás…
-Ustedes no van a ir a ningún lado…
Era la voz de Rafael la que había dicho aquello. Todos se sorprendieron.
-¿Por qué? –Inquirió Ghomikian- Yo mate a muchos y tengo el derecho de morir en manos de aquellos a los que ofendí y maté…
-Despreocúpate y disfruta de tu vida, festeja y reí junto a ellos –les pidió el mientras se alejaba- Yo me encargo del resto.
Díaz y Ghomikian, junto al resto se quedaron mirando como desaparecía en la distancia.
De repente, a Mauricio se le ocurrió una idea.
-¡Vamos a mi casa! ¡Rápido! Hay una última esperanza de ganar y esta en el cajón de mi mesita de luz, vámonos.
Nadie lo frenó. Todos a partir de ahora, confiaban en él como amigos que eran.





Raziel Saehara
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