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Noche de soledad (novela)
#6
Ghomikian salió a su balcón. Hay una puerta detrás de su estudio en planta alta (tiene dos estudios, el de planta baja es para escribir su biografía y atender a las visitas, el otro es para mirar la ciudad que él tanto ama o leer un buen libro antes de acostarse, en aquel momento leía “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll, era su libro favorito) sacó su reposera al balcón y se sentó en ella. Corría lindo viento allí arriba. Hacía calor en aquella época del año tal cual siempre lo hizo en Febrero. Ya vendrían tiempos mejores. Allí en la distancia vio venir algo. Iba sin dudas hacía él.
-¿Que es eso?
Un ente etéreo flotaba hacía allí. Cuando se acercó un poco más a él pudo distinguir en aquel ente a quién fuera su compañera de primaria: Jazmín.
-¿Jazmín? -Preguntó algo sorprendido Ghomikian- Pensé que estabas muerta.
El ente miró directamente a los ojos a Mauricio.
-¿Por qué? -susurro ella pero se escuchó en el oído de Mauricio como si fuera parte del viento- ¿Por qué? -Una lágrima rodó por su mejilla, una lágrima fantasmal y evanescente- Tenía tanto por vivir y vos me lo quitaste...
-¿Te fijaste como me trataste aquella vez en el colegio? ¡No! ¡Ni siquiera me mirabas! ¡Me tratabas como basura! ¡Si buscas perdón pedíselo a Dios no a mí!-Le gritó Ghomikian enojado- ¿Sabes todas las veces que tuve que pasar por el psicólogo? Tenía miedo de hablarle a las chicas, especialmente si eran lindas como lo eras vos en aquella época... ¿De qué te sirvió tú hermosura y tú vanidad frente a la muerte? ¿Eh?
-Perdón, yo no quise... nunca quise... era apenas una niña pequeña y engreída... solo necesito tú perdón para descansar en paz -suplicó Jazmín- ¡Solo quiero tú perdón!-Otra lágrima evanescente cayó sobre el caluroso piso del balcón- ¿No me vas a perdonar Mauricio?
-¿Cómo te atreves a pronunciar mi nombre? -Dijo él enojado- No te voy a perdonar nunca, ni ahora ni en la otra vida... ¡Nunca!
Mauricio bajo las escaleras y entró a su estudio de planta baja. Encendió la computadora portátil y le echó una breve mirada al relato que había escrito sobre Jazmín y decía así:
“...pasemos a otra de mis compañeras de primario. Su nombre era Jazmín Angélica Baccaro, su padre era dueño de una de las aseguradoras más importantes del país: Baccaro seguros SRL. Durante algunos años, quise ser su amigo... hacia de todo por llamarle la atención. Siempre me destaque escribiendo poemas de amor y de amistad. A mi otra compañera de curso le escribía poemas de amor. Pero no era mi interés hacerle uno de amor a Jazmín. Llegó San Valentín y como era de esperarse le escribí un poema de amor a Gorosito y otro ofreciéndole mi amistad a Baccaro. Me acerqué a los pupitres de estas dos chicas y les deje en un sobre rojo y con una rosa uno a cada una. Justo en el momento en que estaba poniendo el sobre rojo con la rosa en el pupitre de Baccaro -después de poner el mismo en el pupitre de Gorosito- entró ella, me miró con odio, como si fuera basura, y me quitó el sobre de la mano. Miró el sobre y vio escrito su nombre con birome celeste.”
“-¿Qué hacías vos con esto? No ves que es para mí, tiene mi nombre. Debe ser de algún chico que me declara su amor. ¡Salí de acá basura apestosa! ¡Anda a que te cambien los pañales bebé!”
“Todo eso me lo dijo ella. ¿Como puede ser una chica tan cruel? No lo sé. Simplemente los chicos pueden ser muy crueles. Uno no siempre es querido en su curso como para dirigirles la palabra a todos los chicos. Nunca más volví a verla. Poco tiempo después de que le escribí esa carta de amistad ella se fue, se cambió de colegio... desapareció de mi vida para siempre...”
El relato seguía pero hasta allí leyó Mauricio. El fantasma entró en el estudio y leyó lo que había escrito Mauricio en su libro.
El fantasma se puso a implorar perdón.
-Si crees en Dios pedile a Él que te perdone, por que yo no lo voy a hacer -le dijo Mauricio- Yo no tengo nada que perdonar por que vos para mí nunca exististe... solo fuiste una piedra en el camino hacia mi propia evolución... -Mauricio se levantó de su silla y sacó un papel blanco largo escrito en Japonés de una de sus repisas- ¿Sabés lo que es esto?
-No...
-Es un amuleto contra los seres del bajo mundo, lo compré cuando viaje a Japón en uno de esos santuarios... dicen que poniéndolo en la frente de algún monstruo, este desaparece -Mauricio miró por el rabillo del ojo y vio que Jazmín se asustaba- Creo que voy a probarlo en vos.
El fantasma salió disparado de la habitación de Mauricio y no se lo volvió a ver por un tiempo.
{ Este tema ha sido editado, no postees tan rápido, editá }
Díaz soñaba. Jugaba con su propio hijo en una hamaca de una plaza. Quería ver el rostro de su hijo pero una extraña niebla lo cubría. Díaz siguió hamacando a su hijo que pedía “Más fuerte, más fuerte papi.” Díaz hamacaba más y más fuerte a su hijo. Mientras lo hamacaba apareció un hombre, era parecido a él pero había algo que no encajaba con su propia personalidad. Aquel hombre se le acercó y le pidió la hora.
-Son las cuatro de la tarde -dijo Américo mirando su reloj-.
Pero al querer mirar devuelta a su hijo este no estaba... en su lugar había un esqueleto desnudo.
-Hijo, no te preocupes, yo te voy a proteger... No te voy a dejar nunca más con este extraño -dijo aquel hombre a un bebé llorando en sus brazos- ¡Vos! ¡Vos me robaste a mi bebé!
-¡Yo no fui!-gritó Américo y se despertó de aquel horrible sueño-.
Su esposa, acostada al lado de él, lo miraba como si estuviera loco.
-¿Qué pasó amor? ¿Por qué gritaste?
-¿Fue un sueño? -Le preguntó Américo- ¡Gracias a Dios que fue un sueño!
Se recostó de nuevo pero esta vez miró para el lado contrario del que estaba su esposa.
Allí estaba aquel hombre que se parecía a él. Durmiendo plácidamente y abrazando a un bebé.
-¡Devolveme a mi hijo!-Gritó Américo y esta vez sí se despertó-.
La esposa lo sacudía para despertarlo.
-Ame, ¿Estás bien? -él miró para todos lados para asegurarse que ni aquel hombre ni el niño estaban aún allí- Fue un mal sueño amor, solo un mal sueño, volvé a dormirte -le aconsejo su esposa- Solo un sueño, los sueños no pueden hacernos daño... solo los hombres que confían en sus sueños se consideran idiotas -era una frase que le dijo una vez un profesor- los sueños no son más que manifestaciones del subconsciente que revelan nuestros intereses y miedos más profundos.
-Tenés razón amor, solo estoy sugestionado por que es nuestro primer hijo -aseguró Américo- Solo estoy sugestionado...
Su esposa se durmió enseguida. Pero él no podía dormir. No sin saber como había quedado embarazada su esposa. Se levantó lenta y suavemente de su cama. Tenía que saberlo... pero ¿Cómo averiguarlo?
Al lado de la cama matrimonial estaba la mesa de luz. Él tenía una y su esposa otra. Observó que sobre esta se hallaba el celular de su esposa cuya pantalla no dejaba de prender y apagar. Se acercó a la mesa y tomó el equipo. En él decía: “2 llamadas perdidas de Horacio.” Por supuesto él no iba a desconfiar de su esposa, nunca le dio razones para ello. Nunca había desconfiado y no empezaría ahora. “Cuando despierte se lo voy a preguntar” se dijo, pero aun así no dejaba de preguntarse a si mismo ¿Quién sería ese tal Horacio?... miró la hora, eran ya las tres de la mañana de un día Jueves 18 de febrero. Salió al patio de la casa y observó las estrellas. Si había un Dios sobre esas nubes ¿Dónde estaba en aquél momento? ¿No podía hablarle a través de señales? A pesar de que Américo no creía en Dios, sabía que algo poderoso estaba allí, mirándolo, evaluando cual sería el mejor paso que podría dar él.
Si le planteaba la situación a su esposa ella tal vez lo negase y hasta podría resultar ofendida por la desconfianza que le profesaba su marido.
“¿Qué hago entonces Dios? ¡Contestáme! ¿Que hago?” Una estrella brilló en el cielo despejado. “¿Esa es toda tu respuesta? ¿No vas a decir nada más? ¡MALDITO SEAS DIOS!” gritó Américo enfurecido. Por suerte su casa era a prueba de sonidos. Su esposa seguiría durmiendo aunque cayese la bomba atómica en su propio patio.
Abrió la puerta y entró. Dios no le contestaría aunque se lo rezase mil veces. Donde había quedado la fe que le profesaba a su esposa. Apenas era, tal vez, un compañero de trabajo. Trató de recordar si había alguno que se llame así... Horacio... Horacio... ¡Por supuesto que si lo había! ¡Horacio Martin! (Martin es el apellido del médico) Pero, él fue el que les dijo que no podrían tener hijos. ¿Sería ese Horacio el que la llamó? ¿Qué querría con su esposa? Lo pensó un rato largo pero no encontró respuestas convincentes.
“¿Quién serás Horacio? ¿Quién...?”





Raziel Saehara
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