Calificación:
  • 0 voto(s) - 0 Media
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
Noche de soledad (Capitulo 1)
#2
El doctor Díaz no podía dormir. Desde aquel caso de la anciana en la casa de comida... le da la impresión de que aquel hombre educado y de mirada lánguida le era conocido de algún lado. Pero, ¿de donde? Eran las tres de la mañana y no podía dormir. Su esposa Cecilia estaba a su lado, durmiendo sobre su torso desnudo. Corrió despacio a su esposa y se levantó de la cama. La urgencia lo llamaba. Salió del baño y se lavó las manos en la canilla de la cocina. ¿En qué estaba pensando? ¿Ese hombre se parecía a alguien que él conociera? ¿Podría ser un amigo de la infancia? ¿Tal vez de la primaria? Decidió mirar en lo que el llamaba “El cajón de los recuerdos olvidados”, era un cajón de una cómoda donde guardaba las cosas que había considerado importante de chico.
En aquella época, no había celulares ni nada de la tecnología que hay ahora. Todos los años, pagando, te sacaban una foto escolar. Él se puso a recorrer aquellas fotos mientras se preparaba una infusión. En tan solo dos minutos, y gracias al micro ondas, tendría listo su té. Miró una a una las fotos. Allí había chicos y chicas que ahora, en tiempos críticos, se dedicaban a vender droga. Era un empleo de redituaba. Los “transas”, como se llama a estos dealers en el lenguaje de la villa, estaban por todos lados. Todavía recordaba a Roberto Zapata, un dealer de tan solo trece años. “Cayó” preso cuando estaban en séptimo grado de la primaria. Un delincuente juvenil. Probablemente ya estuviese muerto. En esa foto también estaba Sabrina Páez de quien él estaba enamorado perdidamente. Había muchas personas que ni recordaba. Pero de alguien se acordaba seguro: Ghomikian. Aquel chico introvertido y callado que se mantenía al margen de la amistad. Justo en un punto medio entre el odio y el amor.
Faltaba un segundo para que su té estuviera listo. Lo apagó antes. No quería despertar de su sueño a su mujer. Cecilia era buena con él. No había de que quejarse. Ellos se conocieron en la Facultad de Psiquiatría de Palermo. Al principio no se prestaban atención, como toda persona ajena a uno. La persona, al mirar a otra, se pregunta ¿Esta chica estará destinada a ser mi pareja hasta el día del deceso? Hasta ahora, Cecilia había demostrado serlo. Era una esposa atenta y de buen corazón. Aunque se especializaban ambos en Psicología, también habían estudiado el resto del cuerpo.
Siguió mirando las fotos y encontró una en la que él sostenía un cartel que decía: “Esc. Número 42, 7mo grado C”. Era el cartel de su escuela. Había compañeros que él ni recordaba. Y que tampoco vienen al caso. Solo uno de ellos era importante en su pasado: Mauricio J. Ghomikian. ¿Qué sería de su vida? ¡Hacía tanto que no lo veía! Solo recordaba los días de verano que pasaban juntos jugando al Family. Era su edad de oro. Pero eso no es todo lo que le sorprendía, la chica petisa y rubia que salía en el diario había sido su compañera de curso.
-Pamela creo que se llamaba -se dijo para si mismo- Así que ganaste la lotería Pame... Tal vez me de una vuelta por mi antiguo barrio: Villa Bosch.
La historia de Villa Bosch se puede leer en cualquier sitio de Internet de hoy en día. Es un barrio ubicado en el municipio de Tres de febrero. Otros barrios importantes de la zona son: Loma Hermosa, Pablo Podestá, Caseros, Ciudadela y Santos Lugares.
Allí en Villa Bosch estaba la casa de Ghomikian o eso pensaba él. Ya era tarde, se había desvelado mirando aquellas fotos. Guardó todo en el cajón y comenzó a prepararse para ir a su trabajo. Pronto su esposa se despertaría y comenzaría a buscarlo para darle su medicación. El Doctor Díaz era diabético desde hacía un año. Se cuidaba mucho de las cosas dulces y hacia una dieta contra la obesidad ya que la insulina hace que las grasas y los lípidos se fijen al cuerpo más rápido de lo que se puede uno imaginar.
Preparó el baño. Obviamente, el doctor iba limpio a su trabajo. Pero era muy cuidadoso con sus pies. Los diabéticos tienen mucho cuidado con ellos porque ahí se producen infecciones serias. Es más, a un ex compañero de trabajo -que también es diabético- le tuvieron que amputar uno de sus pies por no lavarlos con frecuencia. Una lástima.
-Amor, ¿que haces despierto a estas horas? -era su esposa quien le hablaba.
Cecilia vestía un camisolín transparente, por suerte usaba ropa interior. Ella era pálida -siempre lo fue- y poseía un particular encanto en su sonrisa capaz de derretir al hombre menos afortunado de la tierra.
-Estaba mirando las cosas viejas de la primaria -le contestó Américo- hace un tiempo que estoy pensando en ir a ver a mi madre...
-¿Hay alguien en particular a quien busques ver? -interrogó Cecilia a su marido- ¿Alguna chica? -bromeó ella-.
-La una chica para la que tengo vista es para vos amor...
Un ruido sordo se escuchó en el techo. Ambos se sorprendieron por el sonido.
-¡¿Que fue eso Amor?! -inquirió asustada su mujer- ¿Será un ladrón?
-Voy por mi arma...
Américo subió las escaleras directo a su pieza, agarró el arma -un revolver calibre .29- y salió de su cuarto mirando para todos los costados.
Llegó a la puerta que daba con el techo. La abrió y miró con cuidado. Sobre el techo, una paloma yacía muerta. Miró con atención detrás del tanque de agua pero no encontró nada.
En la terraza lindera, el vecino también había salido a ver que era lo que sucedía.
-¿Que fue ese ruido? -dijo el vecino que también llevaba un arma de mayor calibre que la de Américo-.
-Parece que la causante de ese ruido fue esta paloma -le contó Américo- ¿Pero como murió es lo que me pregunto?
Américo miraba a aquella paloma con intriga. La inspecciono y vio que tenía un balín atorado en el pecho.
-La mataron de un disparo de balín, probablemente un balín de cinco pulgadas y medias -el doctor no pudo saber quien lo habría hecho hasta que miró por la baranda del edificio- fueron esos chicos...
Su vecino también se asomó por la baranda.
-¡Hey! ¡Ustedes! -Gritó el vecino, los chicos se asustaron y salieron corriendo, el vecino volvió a recostarse y Américo se fue a duchar-.

El doctor Díaz llegó temprano al consultorio. Había visto demasiados locos en su vida. Todos ellos por culpa de las “enseñanzas” de lo que en psicología se conoce como “Delirio místico”.
Ese día el doctor Díaz tuvo que explicarle a la madre de un familiar internado como se produce este tipo de delirios.
-El delirio místico se produce por el miedo al fin del mundo que muchos hablan por ahí. Esto no tiene cura. Lamentablemente los casos aumentan día a día. Muchos de ellos vuelven a reintegrarse a la sociedad pero se alejan totalmente de lo que creían.
Esa fue la explicación que el doctor le dió a la madre de una paciente.
El doctor Díaz estaba acostumbrado a los distintos tipos de delirios.
-Si uno se fija en Internet, son muchos los tipos de delirio que ahí aparecen: Delirio místico, Delirios de fama, delirios de grandeza... son prácticamente nulos los casos en que esas personas salen del trance en el que se encuentran -le seguía explicando a la señora- hay pastillas porsupuesto pero estas no son mágicas. Hacen ciertos efectos, los neutralizan para que las consecuencias no sean graves, pero repito, no son mágicas. Todo depende de la voluntad del paciente -Y con eso despacho a la mujer desconsolada- ¡Pobre señora!
Alguien golpeó a la puerta. El doctor Díaz llamó por un intercomunicador a su secretaría.
-¡Analía! -nadie contestaba del otro lado- ¡Analía!-seguía sin respuesta- ¡¿Que pasa afuera?! -se escuchó la voz de la secretaría pidiendo ayuda, Américo abrió la puerta-.
La señora que acababa de salir se había desmayado. Era la madre de una de sus pacientes más peligrosas. Esta paciente decía haber estado en contacto con la muerte y que esta le aseguró que si mataba a todos sus seres queridos estos escaparían a la muerte del alma en el infierno. Américo no creía en Dios. Nunca creyó siquiera que un Dios existiese. Tampoco creía en la ley de Darwin ni en la teoría de la evolución. Solo creía en la teoría del amor: “Dos personas se aman y procrean, no importa si es Adán y Eva o dos simios, el amor sigue existiendo.” Esa era su única forma de vivir.
Vio a la señora ahí tirada y llamó a uno de los enfermeros.
-ayudame a levantarla -le pidió a su ayudante- vamos a llevarla a la guardia.
Los dos, el doctor Díaz y el enfermero, de nombre Ramiro, llevaron a la señora a la guardia. El doctor les explico a los médicos lo que le había sucedido a la señora y decidieron dejarla en observaciones.
Américo y su ayudante volvieron al consultorio hablando.
-Estoy preocupado -le confesó Américo al muchacho mientras caminaban por los pasillos en dirección al consultorio- no he dormido bien desde el incidente en la pizzería.
-¿Se refiere a ese caso? -El joven soltó un bufido- ¿Sabía que la señora me mordió cuando se despertó de ese “supuesto” ataque de presión? -Américo se rió- No, en serio. Esa vieja estaba re chapa.
-Tal vez debí dejarla internada, ¿No crees? -dijo el doctor- pero no cambiemos de tema... ¿Conocés al dueño de la tienda “Il noble formaggio”?
-Pues la verdad... no soy un tipo muy amante de las pizzas -le confesó Ramiro- me agradan más las pastas: lasaña, sorrentinos, calzones y todo eso que tiene la pequeña Italia, pero no las pizzas...
-¡Que lastima! -soltó Américo- ¡Justo te iba a invitar a comer! -Américo disfrutaba haciendo sufrir a aquel muchacho, especialmente cuando tenía que darle de comer- Como te decía, el dueño se me hace demasiado conocido...
-Por que no vas y le preguntás como se llama...
-Podría ser -aceptó Américo- ¿pero con que excusa voy?
-Vas y le encargas pizzas, la mía la quiero Napolitana...
-Bueno, tenés razón... -aquella señora que se había desmayado en su consultorio era el último del día- ...Voy ahora mismo a encargarle las pizzas.





Raziel Saehara
Responder


Mensajes en este tema
Noche de soledad (Capitulo 1) - por Raziel_Saehara - 26-10-2010, 21:07
Noche de soledad (Capitulo 1) - por CaEli349 - 26-10-2010, 21:55
Noche de soledad (Capitulo 1) - por CaEli349 - 27-10-2010, 13:27