13-02-2012, 20:08
Capitulo VI: El fanático.
Venenito, así como la apodaban, estaba invitada por el intendente de Tres de febrero a formar parte de un comité secreto en el caso titulado “El destripador”.
Aún, después de varias muertes, no se había establecido el arma homicida. El corte que aplicaba el destripador sobre sus victimas era diagonal y no siempre perfecto.
La primera arma en la que pensó Romina fue una espada curva. Una especie de Cimitarra con mucho filo ya que al parecer en ninguno de los casos se escucharon gritos excepto en el último. El caso de Ariel González, un agente infiltrado en una organización de Linyeras –aunque no sabía cual era el objetivo de la investigación- era único en su clase y había marcado la evolución del asesino de “Solo asesino de Linyeras” a “Asesino común sanguinario”.
En ese caso, el de González, el destripador se había visto obligado a matar a unos delincuentes que, luego se enteró la policía, perseguían al falso linyera para matarlo. Al parecer los resultados de la autopsia a los restos de los persecutores de González había dado como resultado una alta proporción de alcohol en sangre y drogas varias: Cocaína, Marihuana y éxtasis eran las que sobresalían en el examen hematológico.
Ese día le tocaba investigar la escena de un nuevo crimen obra del destripador. Al parecer un joven que iba con su novia por la Avenida La Plata en Santos lugares, o sea que era su jurisdicción por ley, la había dejado sola unos instantes para investigar algo que le pareció sospechoso y en unos instantes fue horriblemente mutilada.
El informe daba por hecho que el asesino era el destripador, pero si hay algo que la experiencia le enseño a ella es a no confiar en los informes.
Cosas que se dan mucho en casos como este son: primero la psicosis colectiva (Cualquier asesino o cualquier movimiento extraño es obra del destripador, por más que no sea su culpa) y segundo las copias por admiración (un psicópata cualquiera toma la forma de matar de otro asesino y mata a quien se le cruce), generalmente estos últimos son socialmente incomprendidos. Al parecer este era el caso. Un asesino “X” tomó la forma de matar del destripador y logró asumir su rol.
Al llegar a la escena del crimen en un coche particular junto a su compañero Matías Mazzini se dio cuenta de que aquel asesino “X” había logrado su objetivo: Asustar psicológicamente a cada uno de los ciudadanos de la pacifica Buenos Aires.
Para su asombro, no era la única asignada a aquel caso: su hermana mayor Clara también había sido asignada con mismo rol pero diferente división policial.
Al encontrarse de nuevo después de siete años se miraron con odio y rencor ya que estaban enemistadas desde aquella época. La razón fue simple: Clara dejó morir a su propia madre en el hospital mientras ella se mudaba con su ex Luís Rojas. ¡Ese estúpido engreído! ¿Quién se creía que era? Se llevó a su hermana, su mejor amiga, solo para maltratarla y abusar de ella una y otra vez.
En aquel período de tiempo Romina estaba estudiando para detective. Su Coeficiente de IQ le había abierto puertas para formar parte en aquella fuerza antidelictiva de enorme envergadura que era la federal, además de trabajar en secreto para el servicio de inteligencia argentino, conocido como SEIA.
Ese día, después de encontrarse con Clara, volvió a su casa y mientras se fumaba un cigarrillo negro fue asesinada por una mano misteriosa que con un movimiento certero cortó de cuajo la cabeza de Venenito… Un venenito que no va a volver a matar.
Capitulo VII: Desde Londres con anónimo
El velorio de la hermana menor de Clara fue triste. Lleno de sentimientos encontrados.
Allí estaban los demás hermanos menores de Clara. Cada uno trabajaba de distintas cosas, por ejemplo: Mauro trabajaba de remisero y estaba casado con una odontóloga y su otra hermana Luisana trabajaba en una textil pero todavía estaba soltera.
Clara llegó junto a Otto, su fiel compañero, al cementerio de San Martín seguida de la comitiva del dolor.
Aunque estaban peleadas era su hermana y en el fondo la quería. Primero Gustavo y ahora su hermana… ¿Quién seguiría? Miró a Otto que estaba más serio que de costumbre. Este se tocaba el bolsillo del pantalón de gimnasia acariciando su Yo-Yo. Para él debía ser su terapia.
Al terminar el entierro y mientras volvían recibió un llamado.
-Hola…
-Hola… Soy yo, López…
-¿Jefe? Pará ahí al costado Otto.
Otto, que estaba manejando por una avenida, se tiró a un costado por la banquina.
-¿Qué pasó?
-Necesito que vayan a investigar la escena de un nuevo crimen, te mandé el informe por Internet a la cuenta de Hotmail. Revísalo.
-Listo.
Apenas cortó, entró vía satélite policial a la base de datos conocida como Hotmail y leyó todo su contenido en voz alta.
Debían presentarse en el barrio escalada para una nueva misión. No era una escena del crimen como había dicho el jefe, era una orden para salir fuera del país. Al parecer el destino era Londres, Inglaterra.
Según el informe, un anónimo -benditos sean- se había comunicado con los sabuesos de Scotland Yard. Al parecer habían tratado de rastrear al “Anónimo” pero sin éxito.
-Podría tratarse de una trampa Otto –dijo ella.
Otto simplemente no dijo nada. En su lugar miró hacia el cementerio. Otto tenía razón. Su hermana, una inocente, había muerto. ¿Qué esperaba para empezar a mover las piezas?
-Iremos y ésta vez no se nos escapará.
Capitulo VIII: En Inglaterra.
Era una nueva mañana en Inglaterra. La neblina cubría la ciudad. La aduana no era como en la argentina, era mucho más estricta. En aquellos momentos los oficiales Richard Jonson y Michael Johnson los esperaban para viajar hasta la sucursal más próxima de Scotland Yard. Casi les confiscan un paquete de yerba mate que Otto llevaba en su bolso, para no extrañar la Argentina.
Los argentinos no son muy bien recibidos en Inglaterra por el tema de las Islas Malvinas… Y esta no fue la excepción.
Subieron a un coche negro, un Mercedes Benz S-500 blueEFFICIENCY, y otros tres coches del mismo modelo los seguían pisándole los talones.
-¿Calculo que los tres coches que nos siguen son de ustedes?
Richard que era el que mejor hablaba español fue el que habló.
-Así es, es cuestión primordial para cualquier caso que otros oficiales nos protejan, ¿No es así en Buenos Aires?
Clara no quería ser menos pero sabía que ese hombre conocía las costumbres de la Argentina.
-No somos una fuerza de Elite como ustedes.
-Nosotros no nos consideramos una fuerza de Elite, pero gracias por el elogio.
-Le confieso una cosa… A mí no me importan las islas Malvinas, o las Falkland como le dicen ustedes, sinceramente me importa más la gente que combatió y dio su vida tanto de un lado como de otro. Es una lástima que tanta gente haya muerto en vano, o mejor dicho en pos de algo tan inútil como un pedazo de tierra inservible.
Otto jugaba al Yo-Yo dentro del auto. Habría de sentirse nervioso. Siempre que sacaba ese juguete, que vaya a saber cuanto hacia que lo tenía, era una especie de terapia para él.
Clara miró por la ventana del auto. Algo dentro de su pecho crecía y se movía libremente. Era un sentimiento único… Era amor.
En un sentido ella había amado a Otto, a pesar de que él nunca la había mirado como mujer sino como una simple compañera de trabajo, mucho antes incluso de que se conocieran en el entrenamiento para policías… hacía quince años…
La petisa y sus amigas, Andrea Sánchez y Romina Wizner, caminaban hablando entre ellas de chicos que les gustaban.
-¿Vieron ese chico nuevo que se inscribió hoy? –decía Sánchez.
-¿Quién…? –Pregunto Wizner.
-¡Ese! –Señalo Sánchez.
Allí estaba él. Alto y con unos enormes brazos musculosos y esbeltos. Sus ojos celestes, los cuales sobresalían gracias a unos lentes del mismo color sostenidos por un marco dorado de textura similar al oro, sobresalían sobremanera.
Estaba solo. Apoyado una pierna en el suelo, la otra doblada contra la pared y con ambas manos en los bolsillos del pantalón.
-Chicas, ¡Me enamoré! –Dijo la petisa y sin pensárselo dos veces se acercó a él.
…Desde aquel entonces había estado enamorada de él pero jamás se había animado a decir nada, era hora de encararlo…
-Otto…
Él la miró e instintivamente corrió la mirada.
¿Qué estaba pasando? De pronto el sentimiento de amistad había desaparecido. Pero tenía que decírselo… Miró por la ventana y vio que dos coches los sobrepasaban a alta velocidad.
-¡Oficial Jonson!
-¡Cúbranse!
Michael abrió una de las ventanas y comenzó a disparar.
El vidrio del fondo se rompió y un tiró perfecto impactó en La petisa…
Y todo su mundo se desvaneció.
Venenito, así como la apodaban, estaba invitada por el intendente de Tres de febrero a formar parte de un comité secreto en el caso titulado “El destripador”.
Aún, después de varias muertes, no se había establecido el arma homicida. El corte que aplicaba el destripador sobre sus victimas era diagonal y no siempre perfecto.
La primera arma en la que pensó Romina fue una espada curva. Una especie de Cimitarra con mucho filo ya que al parecer en ninguno de los casos se escucharon gritos excepto en el último. El caso de Ariel González, un agente infiltrado en una organización de Linyeras –aunque no sabía cual era el objetivo de la investigación- era único en su clase y había marcado la evolución del asesino de “Solo asesino de Linyeras” a “Asesino común sanguinario”.
En ese caso, el de González, el destripador se había visto obligado a matar a unos delincuentes que, luego se enteró la policía, perseguían al falso linyera para matarlo. Al parecer los resultados de la autopsia a los restos de los persecutores de González había dado como resultado una alta proporción de alcohol en sangre y drogas varias: Cocaína, Marihuana y éxtasis eran las que sobresalían en el examen hematológico.
Ese día le tocaba investigar la escena de un nuevo crimen obra del destripador. Al parecer un joven que iba con su novia por la Avenida La Plata en Santos lugares, o sea que era su jurisdicción por ley, la había dejado sola unos instantes para investigar algo que le pareció sospechoso y en unos instantes fue horriblemente mutilada.
El informe daba por hecho que el asesino era el destripador, pero si hay algo que la experiencia le enseño a ella es a no confiar en los informes.
Cosas que se dan mucho en casos como este son: primero la psicosis colectiva (Cualquier asesino o cualquier movimiento extraño es obra del destripador, por más que no sea su culpa) y segundo las copias por admiración (un psicópata cualquiera toma la forma de matar de otro asesino y mata a quien se le cruce), generalmente estos últimos son socialmente incomprendidos. Al parecer este era el caso. Un asesino “X” tomó la forma de matar del destripador y logró asumir su rol.
Al llegar a la escena del crimen en un coche particular junto a su compañero Matías Mazzini se dio cuenta de que aquel asesino “X” había logrado su objetivo: Asustar psicológicamente a cada uno de los ciudadanos de la pacifica Buenos Aires.
Para su asombro, no era la única asignada a aquel caso: su hermana mayor Clara también había sido asignada con mismo rol pero diferente división policial.
Al encontrarse de nuevo después de siete años se miraron con odio y rencor ya que estaban enemistadas desde aquella época. La razón fue simple: Clara dejó morir a su propia madre en el hospital mientras ella se mudaba con su ex Luís Rojas. ¡Ese estúpido engreído! ¿Quién se creía que era? Se llevó a su hermana, su mejor amiga, solo para maltratarla y abusar de ella una y otra vez.
En aquel período de tiempo Romina estaba estudiando para detective. Su Coeficiente de IQ le había abierto puertas para formar parte en aquella fuerza antidelictiva de enorme envergadura que era la federal, además de trabajar en secreto para el servicio de inteligencia argentino, conocido como SEIA.
Ese día, después de encontrarse con Clara, volvió a su casa y mientras se fumaba un cigarrillo negro fue asesinada por una mano misteriosa que con un movimiento certero cortó de cuajo la cabeza de Venenito… Un venenito que no va a volver a matar.
Capitulo VII: Desde Londres con anónimo
El velorio de la hermana menor de Clara fue triste. Lleno de sentimientos encontrados.
Allí estaban los demás hermanos menores de Clara. Cada uno trabajaba de distintas cosas, por ejemplo: Mauro trabajaba de remisero y estaba casado con una odontóloga y su otra hermana Luisana trabajaba en una textil pero todavía estaba soltera.
Clara llegó junto a Otto, su fiel compañero, al cementerio de San Martín seguida de la comitiva del dolor.
Aunque estaban peleadas era su hermana y en el fondo la quería. Primero Gustavo y ahora su hermana… ¿Quién seguiría? Miró a Otto que estaba más serio que de costumbre. Este se tocaba el bolsillo del pantalón de gimnasia acariciando su Yo-Yo. Para él debía ser su terapia.
Al terminar el entierro y mientras volvían recibió un llamado.
-Hola…
-Hola… Soy yo, López…
-¿Jefe? Pará ahí al costado Otto.
Otto, que estaba manejando por una avenida, se tiró a un costado por la banquina.
-¿Qué pasó?
-Necesito que vayan a investigar la escena de un nuevo crimen, te mandé el informe por Internet a la cuenta de Hotmail. Revísalo.
-Listo.
Apenas cortó, entró vía satélite policial a la base de datos conocida como Hotmail y leyó todo su contenido en voz alta.
Debían presentarse en el barrio escalada para una nueva misión. No era una escena del crimen como había dicho el jefe, era una orden para salir fuera del país. Al parecer el destino era Londres, Inglaterra.
Según el informe, un anónimo -benditos sean- se había comunicado con los sabuesos de Scotland Yard. Al parecer habían tratado de rastrear al “Anónimo” pero sin éxito.
-Podría tratarse de una trampa Otto –dijo ella.
Otto simplemente no dijo nada. En su lugar miró hacia el cementerio. Otto tenía razón. Su hermana, una inocente, había muerto. ¿Qué esperaba para empezar a mover las piezas?
-Iremos y ésta vez no se nos escapará.
Capitulo VIII: En Inglaterra.
Era una nueva mañana en Inglaterra. La neblina cubría la ciudad. La aduana no era como en la argentina, era mucho más estricta. En aquellos momentos los oficiales Richard Jonson y Michael Johnson los esperaban para viajar hasta la sucursal más próxima de Scotland Yard. Casi les confiscan un paquete de yerba mate que Otto llevaba en su bolso, para no extrañar la Argentina.
Los argentinos no son muy bien recibidos en Inglaterra por el tema de las Islas Malvinas… Y esta no fue la excepción.
Subieron a un coche negro, un Mercedes Benz S-500 blueEFFICIENCY, y otros tres coches del mismo modelo los seguían pisándole los talones.
-¿Calculo que los tres coches que nos siguen son de ustedes?
Richard que era el que mejor hablaba español fue el que habló.
-Así es, es cuestión primordial para cualquier caso que otros oficiales nos protejan, ¿No es así en Buenos Aires?
Clara no quería ser menos pero sabía que ese hombre conocía las costumbres de la Argentina.
-No somos una fuerza de Elite como ustedes.
-Nosotros no nos consideramos una fuerza de Elite, pero gracias por el elogio.
-Le confieso una cosa… A mí no me importan las islas Malvinas, o las Falkland como le dicen ustedes, sinceramente me importa más la gente que combatió y dio su vida tanto de un lado como de otro. Es una lástima que tanta gente haya muerto en vano, o mejor dicho en pos de algo tan inútil como un pedazo de tierra inservible.
Otto jugaba al Yo-Yo dentro del auto. Habría de sentirse nervioso. Siempre que sacaba ese juguete, que vaya a saber cuanto hacia que lo tenía, era una especie de terapia para él.
Clara miró por la ventana del auto. Algo dentro de su pecho crecía y se movía libremente. Era un sentimiento único… Era amor.
En un sentido ella había amado a Otto, a pesar de que él nunca la había mirado como mujer sino como una simple compañera de trabajo, mucho antes incluso de que se conocieran en el entrenamiento para policías… hacía quince años…
La petisa y sus amigas, Andrea Sánchez y Romina Wizner, caminaban hablando entre ellas de chicos que les gustaban.
-¿Vieron ese chico nuevo que se inscribió hoy? –decía Sánchez.
-¿Quién…? –Pregunto Wizner.
-¡Ese! –Señalo Sánchez.
Allí estaba él. Alto y con unos enormes brazos musculosos y esbeltos. Sus ojos celestes, los cuales sobresalían gracias a unos lentes del mismo color sostenidos por un marco dorado de textura similar al oro, sobresalían sobremanera.
Estaba solo. Apoyado una pierna en el suelo, la otra doblada contra la pared y con ambas manos en los bolsillos del pantalón.
-Chicas, ¡Me enamoré! –Dijo la petisa y sin pensárselo dos veces se acercó a él.
…Desde aquel entonces había estado enamorada de él pero jamás se había animado a decir nada, era hora de encararlo…
-Otto…
Él la miró e instintivamente corrió la mirada.
¿Qué estaba pasando? De pronto el sentimiento de amistad había desaparecido. Pero tenía que decírselo… Miró por la ventana y vio que dos coches los sobrepasaban a alta velocidad.
-¡Oficial Jonson!
-¡Cúbranse!
Michael abrió una de las ventanas y comenzó a disparar.
El vidrio del fondo se rompió y un tiró perfecto impactó en La petisa…
Y todo su mundo se desvaneció.
Raziel Saehara