Calificación:
  • 0 voto(s) - 0 Media
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
Tesis de un ángel cruel, tesis 2 (I)
#1
Acá está la segunda Tesis de esta novela... gracias a todos los que la siguen... aunque no comenten yo se que las leen (O eso espero por que sino es al pedo (Cuack!) asi que Arigatou gozaimasu! Pasense por mi blog y firmen, si quieren, Novelaspremium.blogspot.com gracias

Segunda tesis.
“Mi novia”

Pasé la semana escolar pensando en ella. Mi mejor amigo del colegio me recomendó paciencia.
-Se paciente mi Padawan –Un Padawan es un aprendiz de Jedi en la historia de “La guerra de las galaxias”, mi amigo imitaba a Obi Wan Kenobi, personaje de esa saga de películas- La soledad no es eterna, la inquietud lleva al lado oscuro.
-Espero no estés equivocado, maestro –Le resalté la última palabra como si él fuera el Jedi y yo el Padawan- ¿Cómo será?
-Confórmate con que sea mujer…
-Según ella, no es virgen y solo tiene quince años… será lo que será.
-A la nada…

Por fin llegó el sábado. Ya casi no lo resistía. Ese día habíamos quedado a las dos. Fui temprano por lo de “Kuato” y me quedé jugando y chateando un rato. Matías estaba medio depre pero conmigo se hacía el fuerte. No quería demostrar su tristeza. Yo lo entendía. Había esperado años por este momento.
Llegué al Abasto y me paré en una de las columnas en espera de que llegara. Había lavado la ropa que me había prestado mi primo y me la había vuelto a poner. Para colmo esa semana fue una semana húmeda.
Mientras esperaba me ponía a imaginar como sería. Esto es así 40% a que es linda y otro 40% a que es horrible, el otro 20% es incertidumbre.
Vi varias chicas que llegaban vestidas como ella. Pero ninguna se llamaba Graciela.
Una chica que no media más de metro y medio entró. Estaba vestida como ella se había descripto. Pelo largo atado en una cola de caballo, campera y remera negra, y un pantalón negro que le quedaba espectacular. No era muy linda de cara, pero… Mientras yo pensaba, ella pasó por mi lado y me miró, pero no me saludo, solo me dirigió una mirada furtiva.
Al cabo de diez minutos se acercó a mí.
-¡Hola! ¿Sos Benjamín?
-Sí, soy yo… ¿Vos sos Graciela?
-Sí.
Me puse tan nervioso de hablarle que me olvide de darle un beso.
Nos pusimos a caminar sin abrazarnos, solo caminamos. Ella parecía divertida. Se reía de cualquier tontería que yo dijera.
Llegamos al salón comedor del Shopping. Ella, con su dinero, se compró una torta helada de frutillas. Nos sentamos y empezó la charla.
-¿Y? Contáme que haces de tú vida. ¿Estudias no? –Le pregunté a ella.
-Sí, es una escuela técnica…
-Ah vas a una técnica, yo también… es la número dos de “El palomar” en Tres de febrero.
-La mía es la número dos de “Chacarita”… Parece que estamos conectados. ¿Te puedo hacer una pregunta? –Dijo ella- ¿De donde sacaste mi mail?
-Te explico: Hace algún tiempo una tal Kittyblood publicó una carta en la revista “Lazer” –Está revista se dedicaba al análisis de anime y series de culto, ya no existe- y yo, de bueno que soy, le “Hackie” la casilla. Allí había un mail que me llamó la atención. Robé el e-mail y te agregué a mi MSN. Lo demás ya lo sabes.
-O sea, ¿Sos un Hacker?
-Algo así, ¿y vos que onda? ¿Tú familia?
-Mi papá, Sergio, es maestro mayor de obras y es insoportable. Mi mamá, Ana, es profesora de inglés y estudia en la UNTREF…
-¿La universidad de Tres de febrero?
-Sí, ¿la conoces?
-Solo de nombre, nunca la vi… Me contaste por teléfono que tenés una hermana. ¿Puede ser o yo escuché mal?
-Sí, se llama Daniela –hizo una pausa y comió un pedacito de la torta helada- ¿Querés saber algo de ella?
-no, nada que ver… simple curiosidad.
En ese momento sentí que nuestras almas se tocaban. Nos miramos un segundo a los ojos y nos dimos cuenta de que estábamos destinados a estar juntos. Pero como dice el proverbio “Lo bueno siempre es efímero”, hasta este momento no soy conciente de lo real que es ésta frase.
La miré y noté que uno de los pelos de su flequillo había caído hacia delante. Por un impulso, se lo corrí de su amplia frente y se lo eché para atrás.
-Gracias…
Degustó nuevamente un pedazo de esa torta y me miró. Dejó su cucharita de lado y me dijo…
-Benjamín, ¿somos novios o no? Ni siquiera me tomaste la mano desde que llegué. Ni siquiera el beso de saludo me diste…
¡Estupido! ¡Re-Estupido! ¡¿Cómo no me avivé?!
-Perdona, es que estaba en otra cosa –Instantáneamente le tomé la mano. Suave y ligera como una pluma. Nunca había tenido una experiencia similar… Nunca.
Luego de aquella muestra de cariño, nos fuimos abrazados hasta la puerta. Aún no me animaba a darle el beso. Tenía miedo. Toda mi vida me había sentido solo. Único en el mundo. Tal vez aquí había encontrado a mí otro ser de luz e inspiración.
Abrazados allí, bajo la luz de luna de noviembre, me sentía único. Decidí acompañarla a la parada de autobuses. Allí le daría el beso que venía esquivando hacía un tiempo.
Se hicieron las ocho de la noche.
-Amor –me dijo ella- mi viejo me dejó salir hasta las nueve de la noche…
-¿Ya te tenés que ir?
No, no podía. No quería que se vaya. Pero, si quería que el padre la dejara salir devuelta, no tenía opción.
-Te acompaño a la parada…
Juntos fuimos abrazados hasta allí. Esperamos el autobús, creo que era el 110.
Apenas llegamos me apoyé en la pared y le pedí un beso. Ella me lo dio. Era mi primer beso y era dulce, hermoso y especial. Nunca lo voy a olvidar.
Pero, dentro de mi cuerpo algo pasó, sentí como que un sello se rompía. Algo se liberaba dentro de mí… algo que no era bueno.
Diez minutos después, y casi sin respirar, ella soltó mis labios por que venía andando el autobús.
-¿Nos vemos el próximo sábado?
-De acuerdo –dijo ella y se acomodó el pelo- el sábado que viene a la misma hora.
Y así quedamos. Yo volví re contento a mi casa. Mientras viajaba en el subterráneo pensaba en lo loco que había sido nuestro encuentro. Todo fue pura casualidad.
-¡No te quiere!
La voz de mi mente, aquel que habla cuando yo pienso que está todo bien, hablaba conmigo.
-¡Vos cállate! ¡No tenés derecho de hablar así! ¡Esta vez no estoy solo!
La voz rió. Pero no dijo más nada. Yo sabía que él estaba equivocado. ¡Ella me amaba! ¡Y yo más a ella!
Ese día me fui a dormir recordando aquel beso. Pero en sueños comenzó a pasar algo.

Gedeón y sus trescientos hombres llevarían acabo una batalla importante. Él estaba preocupado. ¿Cómo ganar a treinta mil hombres con solo trescientos? ¡Era una locura! Él lo sabía. Pero había alguien allí a su lado… Alguien importante. Su Dios, Yahvé, lo había mandado. Aunque a Gedeón no le agradaba lo que veía.
En la distancia podía ver a los inicuos filisteos con sus grandes campañas. Estos habían sido enemigos acérrimos de los Israelitas desde tiempos inmemoriales. Sus dioses no se coincidían. Pero Yahvé era más poderoso y haría caer allí en la llanura de Har-Meguido a sus antiguos enemigos. No había tregua.
Pronto, los filisteos comenzaron a reír del poco “ejército” que tenía el “Dios de Israel y de Judá”.
Gedeón se acercó aquella mañana a unos pocos metros del ejército de los filisteos y les dijo:
-Él Dios de Israel y de Judá ha dicho: ¡Arrepiéntanse oh enemigos de Yahvé, o mi furia caerá contra ustedes!
-¿Qué nos rindamos? ¡Tú Dios debe estar de broma! ¡Dile a tu Dios que nuestro dios ha dicho: ¡No podrán contra mis fuerzas! ¡Nosotros venceremos!
Ante la humillación recibida de un Dios falso, Yahvé planto el miedo en los corazones de los difamadores filisteos. Estos, asustados, comenzaron a gritar de pánico.
Gedeón aprovechó el momento de confusión y fue eliminando uno por uno a sus enemigos. Sabía que aquello era obra de su Dios. El espíritu estuvo a su favor y prevaleció. Pronto, la batalla, que no fue sino una masacre, acabo con todos los hombres muertos del bando filisteo y sin un solo herido por parte de los Israelitas.
La fiesta fue inminente. Gedeón festejo bebiendo y comiendo de los manjares que traían en sus campamentos los filisteos. Guardaron un resto para su viaje por el desierto hacia la tierra prometida de Canaán. Allí a su lado estaba él, el ángel que les había salvado: Gatasbael.
¡Despierta Gatasbael!





Raziel Saehara
Responder
#2
(II)
Desperté esa noche temblando y todo transpirado. Ese sueño era nuevo para mí. Había leído hacia mucho tiempo la historia de Gedeón y sus trescientos hombres. En realidad él tenía más hombres, pero Yahvé le dijo que si llevaba al resto del ejército no le iba a dar la victoria. Si uno lo analizaba desde el punto de vista de un Dios, el enemigo no se atemorizaría viendo que estaban en igualdad de condiciones. Pero si se llevaba menos hombres talvez se burlaran de ellos y eso acarrearía su propia destrucción.
No me explicaba por que ese sueño ahora. No tenía sentido.
Entré en la pieza de mi madre y tomé una sabana en silencio. Cambié la que estaba transpirada y me volví a acostar. De repente, olí sangre. Era un olor metálico y ocre que yo conocía muy bien. Me agarré la cabeza. El cerebro me palpitaba a mil. Mis músculos se tensaron. Todo indicaba que me estaba volviendo una persona diferente. Pero, el olor, así como vino, se fue. Los dolores menguaron y me dormí.
Seguí mi vida normal. El colegio, casi terminando el poli-modal, me había tirado a chanta. No soportaba que, a pesar que te esfuerces y otros no lo hagan, uno desaprueba y el otro aprueba. Me dio tanta bronca que me prometí no estudiar directamente. Además terminé casi libre. Tenía muchas faltas. En fin…
En segundo año del poli-modal había insultado a un profesor: el buen Murano, a veces lo extraño. Por esa razón tenía que faltar los jueves a clases. Imagínense, ¡Faltaba todos los jueves!
Mi mejor amigo, Enrique Cataldo, me aconsejó un día de esa semana donde, por medio de la preceptora, me enteré de que había quedado libre.
-Benja, ¿Por qué no dejas el colegio si quedaste libre?
Lo pensé miles de veces. No servía que fuera y no estudiara. Y de eso era conciente…
Me acerqué enojado a la puerta, con mochila y todo, y le dije a la chica que abría la puerta:
-¡Abrime!
-¿Tenés autorización del director? –me exigió ella.
-No, pero si ustedes me hicieron quedar libre no tengo ninguna razón para quedarme –le contesté yo.
-Lo siento pero yo sin autorización no puedo dejarte… ¡Ey! ¡¿Qué haces?!
Me puse como loco. Patié la puerta y rompí uno de los vidrios. La chica, asustada, cerró la ventanilla donde estaba el timbre que abría la puerta. Justo en ese momento, percibí que la puerta donde estaba la otra salida se abría para dejar salir a los de primaria, que salían una hora antes. Fui corriendo y, en medio de la confusión, me escapé. ¡Era libre! Fui esclavo del estudio durante muchos años. Ahora era libre.
-Libre nunca, todavía estoy yo.
Era la voz de mi mente la que hablaba. ¿Podría ser que me estuviera volviendo loco?
-Soy libre y no se hable más –le reproché yo- nunca me vas a dominar.
-Si vos lo decís…
Volví a casa. Allí, mientras caminaba de regreso, pensaba en lo que me había convertido. No me importó mucho, solo que me sentía solo. Necesitaba hablar con Graciela. No sabía donde quedaba su escuela. Sabía que era en “Chacarita”, pero no exactamente donde.

Llegué a casa temprano y, como siempre, mi vieja no estaba. Ni ella, ni ninguna de mis dos hermanas. Por cierto, todavía no hablé de ellas. Mi hermana Romina, a la cual le digo Momichi de cariño, es un año y medio menor que yo. No tiene novio. Y cada tanto sale a bailar. Le gusta la cumbia –Yo odio esa música- igual que a la más chica. Ella en aquel momento tenía diecisiete años.
Mi otra hermana, Vanina, aún no sale a bailar, tiene solo nueve años. Me quiere mucho, a veces tanto que me asusta.
Ya que estamos les voy a hablar de mis puntos de conflicto: Mis padres.
Mi mamá es buena pero un poco obsesiva, especialmente con la limpieza. Todos los días limpia a fondo la casa. Tiene, al igual que yo, un problema con la obesidad. En este momento esta por los ciento diez kilos pero llegó a pesar casi ciento cincuenta kilos, una monstruosidad.
En cambio mi viejo, es un nabo de aquellos. Sexualmente activo y hasta un poco enfermo. Hay una explicación para que esto sea así.
Mi abuelo, don Orestes Ortega, quedó impotente a los cuarenta y tres años. Mi papá vivió con el miedo de que a él también le sucediera algo parecido. Aunque a él todavía le anda.
También está mi abuela, Elsa Yolanda Ricci, a quien el barrio apoda simplemente “Doña chola”. Ella vive con nosotros. Tiene una salud de oro, excepto por su memoria. Y… está vieja.
Ese día, como no iba a ir al colegio, había decidido no aparecer más. Nunca más.
En casa no hacía nada en todo el día. Me iba a los videojuegos con mi amigo Matías y no volvía hasta la noche. Esa era mi vida. Los días pasaban y pasaban… Pronto llegó el sábado. Y ese día…





Raziel Saehara
Responder