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El destripador (Light Novel)
#1
Este es una nueva historia que me gusto como quedaba. Está en evaluación así que lean y opinen. Abrazo

El destripador.
Prologo.

Un vagabundo corría asustado. Un grupo de jóvenes lo venía persiguiendo. Él no conocía muy bien la zona así que decidió internarse en un descampado que hacía las veces de galpón para camiones. Al vagabundo le daba igual si eran camiones o autos pero tenía que sobrevivir…
-¡Revisen los camiones! –Escuchaba que decía uno de los jóvenes. ¿Por qué lo querían a él? ¡Él no había molestado a nadie!
-¿Qué es ese ruido?
-¿Quién anda ahí?
Las voces parecían asustadas de verdad.
-¿Qué demonios? ¡Dispárenle! ¡Dis…!
Un ruido seco se escuchó y una serie de gritos. El vagabundo tenía miedo. Las puertas del camión donde él estaba escondido se abrieron.
-¡¿Quién?!... ¿Quién sos?
-Solo llámame, el destripador.
Con un movimiento de su mano cortó la cabeza de aquel que le había visto.

Capitulo I: El linyera.

El jefe estaba furioso. Repetía una y otra vez el mismo parlamento. Estaba cansado de ese tipo. Le decían “El destripador”. Era, al parecer, pariente lejano del londinense “Jack”, que llevaba de hecho el mismo mote.
El nombre del jefe era Omar López. De tamaño considerable de estatura, y también de ancho, no dejaba de tirarnos bronca.
Mi nombre es Clara Liberatori, pero todos me conocen como “La Petisa”. Tengo un serio problema: jamás le he dicho a nadie mi estatura. Muchos, en mi vida sentimental, han tratado de averiguarlo. Por eso estoy sola. Mi última pareja fue hace unos tres años. Él se llamaba Luis Rojas y fue mi novio mucho tiempo. Luego de eso, vino un párate sexual junto con un vacío existencial enorme. No quería saber nada que contuviera la palabra “Hombre” en su haber.
Mi compañero de investigaciones, Otto Van Houten, me miraba como diciendo “Espero que se caye pronto, me tiene podrido”.
Otto era un tipo educado, algo introvertido, era como un hermano para mí. Su carácter templado y su habilidad para la informática eran sobresalientes.
-¿Qué piensan hacer? –Me preguntó López y sin esperar a que le conteste nos dijo: Saben que no me importa que muera un Linyera, esos tipos no tienen futuro desde hace rato. Pero ese era especial, a diferencia del resto.
“¿Qué podía tener de diferente?” Me pregunté, pero lo dejé hablar.
-Se preguntaran que tenía de diferente -¿Adivinó?- Miren su foja de servicio –La tomé y leí en voz alta:
-Ariel Federico González, 49 años, Especialidad en servicios de inteligencia y CQC. Durante sus servicios fue condecorado por actos antiterrorismo en la guerra del Paraguay. Fue entrenado por Miguel de Cervantes, un genio táctico fallecido en 1993 a los 83 años de edad.
-Todo un prontuario… -Fue lo único que comentó mi compañero.
-Así es –Asintió López- y fue asesinado. Ya que leíste, ¿saben lo que es CQC?
-Combate cuerpo a cuerpo, son técnicas variadas y sostenidas para la supervivencia militar y para-militar, se empezó a usar en los ejércitos occidentales a partir del primer Reich, en la primera guerra mundial.
-Dejando de lado eso último, temo que El destripador no es una persona normal –dijo el jefe.
-O tiene mucha suerte –dijimos los tres.
-Bien, vayan a la escena del crimen e investiguen.

Capitulo II: La escena del crimen.

Era invierno en toda la Argentina. El frío volvía locas a las personas por sobremanera. Algunos se ponían en gastos imposibles para tratar de calentarse un poco. Calefactores, estufas e inclusive, para los más pobres, algunas fogatas eran perfectas.
Llegamos a la intersección de la Avenida Tres de Febrero y Pte. Mont. Allí, a unas cuadras del boliche bailable “El templo” antes conocido como “Bus bailable”, había sido asesinado el agente Ariel González
Llegamos a las siete de la mañana. Los vecinos del barrio de San Martín curioseaban y molestaban a mis colegas con preguntas sobre el asesinato.
El galpón, al cual accedimos mediante una identificación de oficiales, era enorme. El dueño, según nos dijo uno de los oficiales de la PB2 que estaba a cargo de vigilar la escena, había sido identificado como Raúl Constanto. Este ya había sido notificado del asesinato y se encontraba en camino.
Apenas entramos me dirigí a otro oficial de la PB2. Me presenté y presenté a mi compañero. Le dije que estábamos a cargo de la operación y él lo acepto sin darme demasiada bolilla.
-Si desean ver los cadáveres están por allá –Y nos señaló en una dirección por donde había dos camiones estacionados separados del resto de los rodados. Uno disponía del acoplado, el otro no.
Otto por suerte era tipo fuerte, no se impresionaba fácilmente, pero aquello…
Había pedazos de cuerpos desmembrados por doquier, la sangre se veía tanto en los camiones como en el asfaltado suelo del garaje.
Otto se sintió mareado por el nauseabundo olor que largaban aquellos restos. Uno de los oficiales vio lo que Otto se disponía a hacer y le pidió que lo acompañara a tomar un poco de aire. Él accedió de buena gana.
Yo, por lo pronto, me quedé allí observando a los muertos. Me daban lastima aquellos que estaban allí irreconocibles desparramados como un juego Jenga acabado.
Un oficial se me acercó y me dijo que lo siguiera. Así lo hice.
Trepé al camión que tenía acoplado. Allí dentro se encontraba el muerto.
Detrás de mí, se acercó la fotógrafa de uno de los diarios más importantes de Buenos Aires.
-¿Qué desastre no?
-Sí –Me agache a examinar el cadáver decapitado- es un desastre, vos lo dijiste –Examiné el cuello de la victima y noté que algo brillaba allí.
-¿Encontraste algo? –Preguntó y vio a contra luz el brillo de eso que me había llamado la atención.
-No –dije simulando atención en sus manos, aunque en realidad no miraba nada, ya que no había nada que mirar.
Un oficial de la PB2 se acercó hasta allí. Hizo la venia y se presentó.
-Cabo Peña a su servicio.
Yo lo miré extrañada, especialmente sabiendo que hay cierta rivalidad entre la Policía Bonaerense 2 (PB2), La Policía Metropolitana (PM) y la Policía Federal (PF), yo pertenezco a esta última fuerza.
Lo miré sin dirigirle la palabra, aunque me lo pensé mejor.
-Peña, Sherlock Holmes tenía una frase… “Todo hombre en la escena del crimen contamina la misma”, así que te podes llevar a la fotógrafa –Ella iba a decir algo pero, ofendida, decidió retirarse de la escena por propia voluntad.
Peña se quedó observándola alejarse.
-Peña, ¿Quién es el forense a cargo?
-El doctor Gustavo Scozzarella…
-El buen Scozzarella –Dije sonriendo y saqué el celular, un Nokia C3-01 Touch con teclado Qwerty y pantalla táctil.
Busqué el número en mi agenda personal y lo llamé.
-Hola…
-Gustavo, soy la Petisa…
-¿Como andas hermosa?
-Todo bien… Escúchame.
-Te escucho... aunque más que escucharte te estoy viendo…
Me di vuelta y detrás de mí estaba el doctor Scozzarella. Le sonreí mientras cortaba el teléfono. Salte del camión y caí sobre él.
A diferencia mía, Scozzarella era alto y fornido. De nariz aguileña y mirada perspicaz me sonreía detrás de sus anteojos color celeste que hacían juego con sus grandes ojos del mismo color. No poseía barba sino que estaba bien afeitado.
-¡Petisa loca! ¿Cómo andas tanto tiempo?
-Bien, soltera como siempre…
-Eso es bueno, a veces un poco de soledad nos facilita la vida…. No te veía desde la secundaria, pensé que me habías borrado de tus contactos, me sorprendió tu llamado –Miró la escena del crimen- veo porque me llamaste…
-Sí, y no es lo único raro… Peña, descansa y anda a servir a tus superiores –Le indiqué a Peña a lo que él, algo decepcionado, optó por hacerme caso y retirarse.
Subí nuevamente al camión y le pedí a mi amigo que me acompañara.
-Mirá esto…
-¿Qué es ese brillo?
-No lo sé, pero es la primera vez en mucho tiempo que el destripador deja alguna pista.
-¿Se estará volviendo viejo? –Dijo y reímos. Acto seguido tomó una muestra de ese brillo mezclado con sangre seca.
-¿Lo viste a Otto?
-Sí, está afuera jugando con su yo-yo. Ese tipo no cambia más, se quedó en el tiempo…
-Eso mismo pienso yo. Bueno manteneme al tanto.
-Clara…
-¿Sí?
-No nada…
-¿Eh? Llamáme, no te olvides.
Y en ese momento uno pensó:
-Ojala me invite a salir.
Y el otro pensó:
-Casi la invito a salir.





Raziel Saehara
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#2
Capitulo III: Otra muerte.

Había pasado un día sin noticias tanto de Gustavo como del destripador.
Según informes de Inteligencia Bonaerense y Federal “El destripador” atacaba entre las zonas de Villa Bosch, San Martín, Caseros, El Palomar, Villa Maipú y Billingursth.
Hasta el momento habían sido doce ataques esparcidos en forma simétrica.
Con el asesinato de González iban dos ataques a Linyeras en esa zona.
A ninguna persona le interesan esas personas pobres y abandonadas a su suerte, pero nadie y repito NADIE tiene derecho a quitarle la vida a otro. Esa era mi forma de vida.
En aquellos momentos estaba revisando los papeles de otro asesinato. Como sabrán no es trabajo fácil, debo constatar que todo el papeleo esté en orden y preparado por si algún fiscal de algunas de las tantas cámaras delictivas me los llegase a pedir.
En el momento en que me preparaba para ir a casa, Otto entró en la sala jugando con su clásico Yo-Yo. Parecía un chico con su juguete preferido.
-Dice el jefe que quiere vernos a ambos ahora… -Hizo énfasis en ésta última palabra.
Me presenté tal y como el jefe López me había pedido. Golpeé la puerta y entre sin esperar respuesta. Otto me seguía muy pegado a mí.
-¿Nos mandó a llamar jefe?
-Sí, así es –dijo él, se paró y cerró la puerta detrás de Otto, luego se sentó sobre el escritorio y nos miró a ambos dos- Liberatori y Van Houten, mis dos mejores hombres –dijo en un tono jovial- claro, si es que vos –o sea yo, Clara- fueras hombre –Nadie rió- Sí, chiste malo –dijo más para sí mismo que para otros- escúchenme, acaba de pasar algo inaudito en la morgue –se mordió el labio antes de continuar- Scozzarella fue asesinado.
Ese día lloré como nunca había llorado. Fue un día oscuro. Él jefe me dio el día libre, lo aproveché tomando unos calmantes y durmiendo un poco.
Me pregunté todo el día como es que había muerto. No tenía ante decentes. Era un tipo tranquilo. No molestaba a nadie. Pero por un momento olvidé algo… algo que de solo haberlo descubierto hubiese resuelto el caso instantáneamente. El brillo… ¿Qué era?

Capitulo IV: Expandiéndose.

Era medianoche en la localidad de Santos Lugares, Buenos Aires. Lucas Cuyo, un ex gendarme y experto en combate cuerpo a cuerpo –Además de un prolífico Karateka- caminaba con su novia por la Av. La Plata. Iban felices y eso Él no lo soportaba. No iba a permitir que nadie fuera feliz.
Cuyo y su acompañante doblaron en una esquina y vieron un cine abierto. ¿A estas horas? Se preguntó. Algo andaba mal. No se escuchaban ruidos dentro del cine, ni siquiera estaba el boletero en la taquilla. Además el cine estaba nuevo. Sin graffitis en las paredes o basura típica de ese lugar en el suelo.
-Cintia espérame acá.
-¿Dónde vas? No me dejes sola…
-Nunca te voy a dejar.
Le dio un beso amoroso y entró al cine.

Cintia esperaba afuera. Algo se movía allí. Ella lo sabía por que vio su sombra. Ella tenía miedo. Sentía que él se acercaba. ¿Correr o quedarse? Se dio vuelta y lo vio.
-Sos vos, ¿que haces acá? Y encima así abrigado.
Cintia se tranquilizó aquel sujeto era su amigo. Pero algo la intranquilizaba. No parecía el mismo de siempre.
El sujeto encapuchado sacó algo de su bolsillo.
-¿Qué haces?
-Tu felicidad termina acá.
Con un ágil movimiento de su mano cercenó la cabeza de la chica que no tuvo tiempo ni de gritar.

Lucas salió del cine pensando que se debía haber visto como un idiota. Al ser la última función del día, el taquillero se había ido ya a su casa. Había barrido la calle y había limpiado todo antes de irse. La película que estaban dando allí era condicionada por eso el volumen era bajo. Además, las paredes del cine estaban recién pintadas por eso no había graffitis como en otros cines.
Volvió donde su novia lo esperaba. Ella estaba esperándolo allí cruzando la calle justo debajo de un farol. Estaba pálida y parecía triste. Cruzó corriendo la calle y la abrazo al llegar junto a ella. Algo le salpicó la cara. Despegó el cuerpo de Cintia del suyo y… ¡No tenía cabeza!
El chorro de sangre que salía de allí lo desesperó. Quiso auxiliar a su novia pero pronto se dio cuenta de que nada podía hacer él allí.
El destripador reía. Lucas podía escucharlo pero no podía verlo.
Y así la obsesión empezó…

Capitulo V: Momento de dolor.

La oficial Liberatori llegó a la escena del crimen a las siete en punto.
Todavía su rostro estaba surcado por marcas que indicaban que había estado llorando y además parecía triste… De hecho lo estaba. La muerte de su ex compañero de secundaria, el prolífico Scozzarella, había avivado las llamas de la venganza.
No le importaba que el destripador matara a los linyeras… ¿Pero sus amigos? ¿Por qué?
Lo pensó unos instantes mientras mostraba su identificación al guardia que vigilaba la escena del crimen. Observó que la psicóloga Gabriela Sturt perteneciente a la división “Calma y Seguridad” (CYS) trataba de lidiar con un hombre totalmente apesadumbrado.
Ese debía ser el ex agente de gendarmería Cuyo…
-¿Lucas si no me equivoco? –dijo ella al acercarse al ex agente.
-Así es –dijo conteniendo unas lágrimas que imploraban salir.
La psicóloga la miraba despectivamente. Definitivamente se conocían. En una ocasión, en el caso de Ricardo Barreras, tuvieron una discusión Desde ese momento Gabriela la había odiado.
-No se di te diste cuenta pero este hombre está psicológicamente inestable.
-Este hombre nos podría ayudar a resolver el caso del destripador.
-Lo siento detective –Dijo él bajando su mirada al suelo y jugando nerviosamente con sus manos- pero no vi al asesino.
Por un momento pensó que él sabía algo que no quería decir, pero pronto desistió.
-Bien, descanse…
Alguien le tocó la espalda, era Otto. Tenía un rostro triste. Lucas había sido también un compañero suyo cuando entrenaban en CQC.
Lucas lo miró y no hicieron falta más palabras. Se abrazaron y lloraron juntos enjugando uno las lágrimas del otro.
La petisa los dejó ahí, abrazados, lamentándose uno del otro. Eso le recordó a su amigo Scozzarella. Pero nada lo traería devuelta… Nada.
-Clara –dijo la psicóloga poniéndole una mano en el hombro.
La petisa comprendió que estaba de más allí. Se fue a hablar con uno de los oficiales a cargo. Se presento como la detective Liberatori de la división homicidios.
Estaba charlando con el oficial cuando Otto se le acercó. Tenía los ojos rojos y el rostro surcado por las lágrimas.
Pasó a su lado pero no la miró. Se notaba a la legua que tenía bronca. Decidió dejarlo. Ya se le iba a pasar. En aquel momento recordó algo que un psicólogo de la UBA (Universidad de Buenos Aires) le había dicho cuando ella perdió a su padre: “El hombre es un animal de compañía. Cuando la muerte injustamente se lleva lo que uno ama piensa que es el fin del mundo pero en realidad es el principio de una nueva vida, sin esa persona, pero es solo un cambio. Es como si nunca hubiese existido”. Después de eso se comió un sopapo de parte de la petisa. Pero en cierta manera había comprendido lo que quiso decir.
-Oficial Liberatori –dijo una chica a sus espaldas. Ella se dio vuelta y la miró.
-¿Hermanita?
La “Hermanita” de la petisa era tan petisa, valga la redundancia, como su hermana mayor.
Romina Liberatori, conocida en la jerga policial como “Venenito”, estaba ejerciendo también de detective en la comisaría décimo tercera de Santos Lugares en el partido de Tres de febrero; y, a diferencia de La petisa, Venenito había desarrollado un Coeficiente Intelectual de doscientos puntos.
-¡Tanto tiempo sin verte hermana! Desde la muerte de mamá.
-Desde que te mudaste, ¿No?
-Sí, ahora soy independiente –comentó La petisa.
-Y yo soy feliz –le contestó Venenito- ¿Cuánto estás midiendo?
-¡Como si te lo fuera a decir!
-Medís una cabeza más que yo, así que calcúlale… ¿Metro sesenta más o menos?
-No te pases de lista conmigo…
Romina a veces era insoportable pero ese día…





Raziel Saehara
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#3
Capitulo VI: El fanático.

Venenito, así como la apodaban, estaba invitada por el intendente de Tres de febrero a formar parte de un comité secreto en el caso titulado “El destripador”.
Aún, después de varias muertes, no se había establecido el arma homicida. El corte que aplicaba el destripador sobre sus victimas era diagonal y no siempre perfecto.
La primera arma en la que pensó Romina fue una espada curva. Una especie de Cimitarra con mucho filo ya que al parecer en ninguno de los casos se escucharon gritos excepto en el último. El caso de Ariel González, un agente infiltrado en una organización de Linyeras –aunque no sabía cual era el objetivo de la investigación- era único en su clase y había marcado la evolución del asesino de “Solo asesino de Linyeras” a “Asesino común sanguinario”.
En ese caso, el de González, el destripador se había visto obligado a matar a unos delincuentes que, luego se enteró la policía, perseguían al falso linyera para matarlo. Al parecer los resultados de la autopsia a los restos de los persecutores de González había dado como resultado una alta proporción de alcohol en sangre y drogas varias: Cocaína, Marihuana y éxtasis eran las que sobresalían en el examen hematológico.
Ese día le tocaba investigar la escena de un nuevo crimen obra del destripador. Al parecer un joven que iba con su novia por la Avenida La Plata en Santos lugares, o sea que era su jurisdicción por ley, la había dejado sola unos instantes para investigar algo que le pareció sospechoso y en unos instantes fue horriblemente mutilada.
El informe daba por hecho que el asesino era el destripador, pero si hay algo que la experiencia le enseño a ella es a no confiar en los informes.
Cosas que se dan mucho en casos como este son: primero la psicosis colectiva (Cualquier asesino o cualquier movimiento extraño es obra del destripador, por más que no sea su culpa) y segundo las copias por admiración (un psicópata cualquiera toma la forma de matar de otro asesino y mata a quien se le cruce), generalmente estos últimos son socialmente incomprendidos. Al parecer este era el caso. Un asesino “X” tomó la forma de matar del destripador y logró asumir su rol.
Al llegar a la escena del crimen en un coche particular junto a su compañero Matías Mazzini se dio cuenta de que aquel asesino “X” había logrado su objetivo: Asustar psicológicamente a cada uno de los ciudadanos de la pacifica Buenos Aires.
Para su asombro, no era la única asignada a aquel caso: su hermana mayor Clara también había sido asignada con mismo rol pero diferente división policial.
Al encontrarse de nuevo después de siete años se miraron con odio y rencor ya que estaban enemistadas desde aquella época. La razón fue simple: Clara dejó morir a su propia madre en el hospital mientras ella se mudaba con su ex Luís Rojas. ¡Ese estúpido engreído! ¿Quién se creía que era? Se llevó a su hermana, su mejor amiga, solo para maltratarla y abusar de ella una y otra vez.
En aquel período de tiempo Romina estaba estudiando para detective. Su Coeficiente de IQ le había abierto puertas para formar parte en aquella fuerza antidelictiva de enorme envergadura que era la federal, además de trabajar en secreto para el servicio de inteligencia argentino, conocido como SEIA.
Ese día, después de encontrarse con Clara, volvió a su casa y mientras se fumaba un cigarrillo negro fue asesinada por una mano misteriosa que con un movimiento certero cortó de cuajo la cabeza de Venenito… Un venenito que no va a volver a matar.




Capitulo VII: Desde Londres con anónimo

El velorio de la hermana menor de Clara fue triste. Lleno de sentimientos encontrados.
Allí estaban los demás hermanos menores de Clara. Cada uno trabajaba de distintas cosas, por ejemplo: Mauro trabajaba de remisero y estaba casado con una odontóloga y su otra hermana Luisana trabajaba en una textil pero todavía estaba soltera.
Clara llegó junto a Otto, su fiel compañero, al cementerio de San Martín seguida de la comitiva del dolor.
Aunque estaban peleadas era su hermana y en el fondo la quería. Primero Gustavo y ahora su hermana… ¿Quién seguiría? Miró a Otto que estaba más serio que de costumbre. Este se tocaba el bolsillo del pantalón de gimnasia acariciando su Yo-Yo. Para él debía ser su terapia.
Al terminar el entierro y mientras volvían recibió un llamado.
-Hola…
-Hola… Soy yo, López…
-¿Jefe? Pará ahí al costado Otto.
Otto, que estaba manejando por una avenida, se tiró a un costado por la banquina.
-¿Qué pasó?
-Necesito que vayan a investigar la escena de un nuevo crimen, te mandé el informe por Internet a la cuenta de Hotmail. Revísalo.
-Listo.
Apenas cortó, entró vía satélite policial a la base de datos conocida como Hotmail y leyó todo su contenido en voz alta.
Debían presentarse en el barrio escalada para una nueva misión. No era una escena del crimen como había dicho el jefe, era una orden para salir fuera del país. Al parecer el destino era Londres, Inglaterra.
Según el informe, un anónimo -benditos sean- se había comunicado con los sabuesos de Scotland Yard. Al parecer habían tratado de rastrear al “Anónimo” pero sin éxito.
-Podría tratarse de una trampa Otto –dijo ella.
Otto simplemente no dijo nada. En su lugar miró hacia el cementerio. Otto tenía razón. Su hermana, una inocente, había muerto. ¿Qué esperaba para empezar a mover las piezas?
-Iremos y ésta vez no se nos escapará.



















Capitulo VIII: En Inglaterra.

Era una nueva mañana en Inglaterra. La neblina cubría la ciudad. La aduana no era como en la argentina, era mucho más estricta. En aquellos momentos los oficiales Richard Jonson y Michael Johnson los esperaban para viajar hasta la sucursal más próxima de Scotland Yard. Casi les confiscan un paquete de yerba mate que Otto llevaba en su bolso, para no extrañar la Argentina.
Los argentinos no son muy bien recibidos en Inglaterra por el tema de las Islas Malvinas… Y esta no fue la excepción.
Subieron a un coche negro, un Mercedes Benz S-500 blueEFFICIENCY, y otros tres coches del mismo modelo los seguían pisándole los talones.
-¿Calculo que los tres coches que nos siguen son de ustedes?
Richard que era el que mejor hablaba español fue el que habló.
-Así es, es cuestión primordial para cualquier caso que otros oficiales nos protejan, ¿No es así en Buenos Aires?
Clara no quería ser menos pero sabía que ese hombre conocía las costumbres de la Argentina.
-No somos una fuerza de Elite como ustedes.
-Nosotros no nos consideramos una fuerza de Elite, pero gracias por el elogio.
-Le confieso una cosa… A mí no me importan las islas Malvinas, o las Falkland como le dicen ustedes, sinceramente me importa más la gente que combatió y dio su vida tanto de un lado como de otro. Es una lástima que tanta gente haya muerto en vano, o mejor dicho en pos de algo tan inútil como un pedazo de tierra inservible.
Otto jugaba al Yo-Yo dentro del auto. Habría de sentirse nervioso. Siempre que sacaba ese juguete, que vaya a saber cuanto hacia que lo tenía, era una especie de terapia para él.
Clara miró por la ventana del auto. Algo dentro de su pecho crecía y se movía libremente. Era un sentimiento único… Era amor.
En un sentido ella había amado a Otto, a pesar de que él nunca la había mirado como mujer sino como una simple compañera de trabajo, mucho antes incluso de que se conocieran en el entrenamiento para policías… hacía quince años…

La petisa y sus amigas, Andrea Sánchez y Romina Wizner, caminaban hablando entre ellas de chicos que les gustaban.
-¿Vieron ese chico nuevo que se inscribió hoy? –decía Sánchez.
-¿Quién…? –Pregunto Wizner.
-¡Ese! –Señalo Sánchez.
Allí estaba él. Alto y con unos enormes brazos musculosos y esbeltos. Sus ojos celestes, los cuales sobresalían gracias a unos lentes del mismo color sostenidos por un marco dorado de textura similar al oro, sobresalían sobremanera.
Estaba solo. Apoyado una pierna en el suelo, la otra doblada contra la pared y con ambas manos en los bolsillos del pantalón.
-Chicas, ¡Me enamoré! –Dijo la petisa y sin pensárselo dos veces se acercó a él.

…Desde aquel entonces había estado enamorada de él pero jamás se había animado a decir nada, era hora de encararlo…
-Otto…
Él la miró e instintivamente corrió la mirada.
¿Qué estaba pasando? De pronto el sentimiento de amistad había desaparecido. Pero tenía que decírselo… Miró por la ventana y vio que dos coches los sobrepasaban a alta velocidad.
-¡Oficial Jonson!
-¡Cúbranse!
Michael abrió una de las ventanas y comenzó a disparar.
El vidrio del fondo se rompió y un tiró perfecto impactó en La petisa…
Y todo su mundo se desvaneció.





Raziel Saehara
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#4
Capitulo IX: Otto y el destripador.

No sentía nada.
Ni culpa.
Ni dolor.
Ni pena.
Ni odio.
Ni amor… ¡Ni amor!
-¡OTTO!
Lo primero que vio al abrir los ojos fue una luz blanca. Estaba atada de pies y manos a una cama de hospital. ¿Qué hacia ahí?
-Doctor, despertó… -dijo una chica en inglés.
-Denle valium –dijo el que supuesto doctor también en inglés
Sintió el pinchazo pero no se resistió, sabía que lo hacían por su bien… eran doctores.

Aún dormida escuchó ruidos. Pasos. Eran silenciosos pero el silencio del lugar era mayor. Se acercaba. Podía oír su respiración agitada, su corazón acelerado. Él estaba excitado por tenerla allí de presa. ¿Por donde empezaría? ¿Qué le haría primero?
Acarició su pierna por sobre la sabana y despacio metió la mano por debajo de ella.
De pronto se detuvo y escuchó dos voces, una la reconoció pero la otra no.
-A ella no… -¿Otto?
-¿No te gusta?
-No es eso…
-¿Entonces? Te volviste maricón.
-No se trata de eso… ella dio todo por mi, no podés hacerle esto a ella.
-No me importa si es ella u otra, nadie va a detenerme.
-Eso decís ahora…
-No saques a relucir ese caso. Nunca espere que él se diera cuenta de lo que planeaba… ¿Cómo me iba a imaginar que él no era un linyera?
¡Se refieren a González! ¿Qué sabía él?
-¡No seas idiota! Yo te lo había advertido…
-Ni modo, ya está muerto… debemos hablar con el líder.
-¿Jack?
-Jack
El silencio se hizo de repente. ¿Qué había pasado? Aún estaba viva. Si mal no se equivocaba la otra voz era la del destripador. ¡Tenía que verlo! Pero el sueño y la medicación la vencieron nuevamente y cayó en un sopor mortal.

Capitulo X: Despertando.

Despertó en la mañana muy temprano- Esa noche tuvo pesadillas de las cuales no pudo despertar. Entre ellas, la más extraña hasta el momento, fue la de su amigo Otto hablando con el destripador.
Si seguía así pronto el caso la volvería loca.
Quiso levantarse de la cama pero estaba paralizada. Ninguna parte del cuerpo le respondía. Asustada trato de gritar. No podía hacer nada.
Esperó hasta que una enfermera paso por ahí para mirarla.
-Tranquila, te dimos un diazepam y valium, ¿Podes moverte?
Al ver que ella solo movía los ojos le recomendó:
-En una hora o dos podrías moverte. Cerrá los ojos y trata de relajarte. Es por tu bien.
La enfermera le acomodó la sábana y le dio un beso en la frente.
-… Disculpa –se rió nerviosa- Así trataba yo a mi hija antes de que “El destripador” la matara. También era policía sabés, cuídate, no dejes que ellos lo logren.
¿“Ellos” dijo? ¿Quienes eran ellos?
En el momento en que la enfermera se dió la vuelta Otto entró.
-Buenos días enfermera…
-Buenos días oficial Van Houten… ¿Fue a su casa a descansar?
-Aún no, además de que mi casa queda lejos…
-Bueno –le dio un suave golpecito en la cabeza- portaté bien eh… -se dirigió a Clara- y vos, tenés un ángel guardián a tu lado.
Clara observó detenidamente a su compañero. A pesar de todo parecía tranquilo.
Otto trajo una silla de un rincón y la puso al costado de la cama de La petisa; cruzó las manos por arriba del mentón y la miró a los ojos.
-¿Averiguaste la verdad?
¡Lo sabía! ¡Él era el asesino! ¡¿Por qué?!
-Hay un entramado detrás de todo esto… ¡Nada es lo que parece! Es por eso que voy a desaparecer un tiempo. Siento no poder decirte más. Por cierto –agregó con una sonrisa- ese balazo que recibiste te va a mantener alejada del caso por seis meses.
Se puso en pie y se alejó de allí a grandes zancadas.
Una lágrima solitaria recorrió el rostro de la oficial Liberatori… Ya no había más lágrimas.
En algún lugar de Londres, en la oscuridad de una habitación lóbrega y húmeda, se encontraba el detective bebiendo unas lágrimas de alcohol y escuchando atentamente a su cliente. Al terminar, este le entregó un sobre con dinero. Se le pedía investigar un caso en la Argentina. ¿Ora vez allá? Y bueno… ni modo. Tendría que ir.

Capitulo XI: Dos linyeras y un secreto

El detective privado Luís Rojas se había disfrazado como un linyera para recorrer las zonas donde aparecía el famosísimo Destripador. Las recorría a pie. Se sentaba en una plaza a esperar que algo sucediera mientras bebía de una botella de vino que en realidad contenía agua.
Mientras caminaba por la ciudad decidió pasar por enfrente de la casa de su ex. La petisa, así apodada en la jerga policial, lo había tratado muy mal; aunque él no era ningún santo. ¿Qué tenía de malo pedir el amor que necesitaba para existir? Ella no le daba nada a cambio y él le daba todo su amor sin condicionamientos. Pero fue entonces, cuando su ex lo acusó de violación y ultrajamiento, que tuvo que salir del país.
Ya no le quedaba nadie allí en la Argentina como para verse obligado a quedarse en el país. El juez de la causa le dio a elegir: tres años de prisión o exiliarse por tres años… Y justo después de tres años le tocó este caso.
Su cliente, un joven adinerado cuyo padre trabajaba en Scotland Yard hasta su fallecimiento hacia unos meses, le había pagado bien por el trabajo.
El joven en cuestión se llamaba Jonathan Malkovich y vivía de la fortuna de su padre fallecido. Pero ¿Cuál era su interés especifico en este caso? Nadie lo sabía.
Rojas miraba el edificio de La petisa. Al parecer no había nadie en la casa. Las persianas bajas y el ámbito desértico del lugar le indicaban que la joven no estaba en su allí. Él tenía muchas ganas de verla. Acariciar su cuerpo, besar sus labios, juntar sus cuerpos en una danza al amor única en su clase hasta finalizar en un grito de éxtasis y júbilo reservado solo para los que se aman.
Se sentó frente a un paredón justo enfrente de su casa. Esperaba verla llegar pronto… ¿Para que? Tenía vedada la palabra a su ex por más que ésta se lo pidiera. De hecho nadie sabía que se encontraba en Buenos Aires. Cuando llegó al aeropuerto vio que nadie lo esperaba allí.
De repente algo pasó. Otro linyera, tan borracho como él simulaba estarlo, se le acercó.
-¿Cómo anda´i loco? Pue´sentar acá loco
El linyera hablaba tan mal, culpa de la borrachera, que Luís decidió hacerle un lugar a su lado al beneplácito acompañante que el destino había unido a su aventura.
El linyera se echó a un lado de Rojas. Este apestaba y sostenía la botella en alto, clavándose un buen trago de aquel liquido. El linyera le ofreció de su botella.
-Toma´i loco
A Rojas le dio asco, pero si no quería deschavarse tendría que beber. Con lentitud parsimoniosa y hasta ritualista acercó la bebida a sus labios. Finalmente bebió… ¡Solo para darse cuenta que era agua!
Los pensamientos corrieron rápidamente por su mente. ¿Quién era ese tipo que se hacia pasar por un linyera al igual que él? Si sabía que lo que tenía la botella era agua, ¿Por qué le convidó?
Rojas se arriesgó.
-¿Te mandó el jefe?
El linyera lo miró intrigado pero solo sonrió. Rojas volvió a arriesgar.
-¿Te dijo algo el jefe para mí?
-Sí –La voz del tipo era gruesa, nada que ver a la que había disimulado- dijo que tengas cuidado con la mercancía porque Jack la está buscando.
En ese momento el verdadero contacto del falso linyera dobló la esquina y ambos dos se miraron.
-¡¿Quién sos hijo de puta?!
Los dos falsos linyeras empezaron a pegarse de trompadas mientras el otro linyera, que no entendía nada, se daba cuenta de que estaba de más ahí.
El linyera que estaba junto a Rojas le propinó tal paliza que este tuvo que valerse de un arma para hacerse respetar. Pero ya era tarde, los linyeras habían huido. ¡Malditos sean! Y él también tenía que hacer lo mismo si no quería terminar pegado.





Raziel Saehara
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#5
Capitulo XII: ¡Hail!

Rojas, aún caracterizado como linyera, decidió seguirle la pista al linyera que hacía unos minutos se había sentado a su lado.
El linyera corría por la calle Santos vega al 7500. Se detuvo en un galpón enorme donde funcionaba una panadería: “El deleite” se llamaba.
El linyera miró para todos lados antes de entrar. Era de noche y nadie lo veía ahí… Ni él veía a su enemigo.
Luego de unos minutos de esperar (Por si al linyera se le ocurriese volver a salir) Rojas se acercó al portón que comunicaba con el interior de la panadería. Lo empujó y para su suerte (eso esperaba) el falso linyera olvidó la puerta abierta.
Un pasillo ancho que llevaba al lugar donde se cocinaba el pan era lo primero que vio al entrar. Saco su arma reglamentaria de la sobaquera y la linterna. Todo estaba oscuro allí dentro… oscuro y pegajoso.
Alguna especie de sustancia había sido rociada por el suelo. Era pegajosa y de un olor asqueroso que impregnaba el lugar.
Unas voces se escuchaban en la distancia. Rojas se acercó a la luz y miró. Dos hombres grandotes y musculosos parados frente a un sillón que estaba mostrando solo su respaldo. Rojas se preguntaba si quizás… Escuchó sin hacer ruido al linyera que se había peleado con él. Estaba con una rodilla en el suelo y la cabeza tocándole la rodilla.
-Lo siento Sir… Alguien, aún no identificado, se vistió como uno de los nuestros y pretendió pasarse de listo.
-¡Hail! -Se escuchó decir a alguien desde el asiento. ¿Alemán?- Es suficiente, no quiero escuchar más excusas. Quiero que la mercancía sea llevada al puerto mañana. Por cierto, Nabul, ¿hiciste eso que te pedí en el pasillo?
Nabul que era uno de los que estaba parado allí al lado de la silla, se acercó a la puerta donde estaba Rojas miró y con un fuerte golpe a la puerta la cerró.
Lo que pasó a continuación fue horrible. Lo que había en el piso era “Fuego vivo”…
-¡Petróleo!
Rojas corrió en sentido contrario, hacia la entrada y sintió una ráfaga de calor proveniente de donde él había estado. El piso tras él se consumió en el petróleo y el fuego iba lentamente detrás de él.
Llegó a la puerta. Tiró con fuerza. Pero se llevó una sorpresa. Del techo se abrió una compuerta y más de ese liquido le cayó encima. ¡Maldita sea!
-¡Noooo!
Las llamas consumieron lentamente el cuerpo de Rojas mientras rogaba a Dios por ayuda. Cayó al suelo entre medio de espasmos involuntarios e incendiarios.
-¡Jacqueline! –fue lo ultimo que logro articular antes que sus labios se consumieran en el fuego vivo.
A miles de kilómetros de distancia a Jacqueline le pareció oír la voz de su hermano. Debió ser su imaginación.
-Juraría que había escuchado a mi hermano… Otto, ¿Estas bien?
-Sí solo es un dolor de cabeza. ¡Vamos! Es mejor apurarnos o perderemos el tren.
-Bueno –y para sus fueros interiores acotó- Espero estés bien hermano.





Raziel Saehara
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